Parejas

Pueden verse en cualquier momento y lugar, nos cruzamos o paseamos junto a ellas, o permanecemos un tiempo a su lado sin que haya nada raro que advertir, todo lo contrario, porque en eso consiste precisamente su interés, en su prosaica normalidad; familiares y asumidas como esa parte del paisaje que suele pasarnos desapercibida porque parece que siempre han estado ahí.

Tampoco es que por su parte hagan algo especial para llamar la atención, ni se sientan diferentes dentro del conjunto, su normalidad es tan regular que tampoco les afecta, como, de preguntarles, tampoco considerarían que merezca la pena detenerse en ellos, simplemente son y están. Su presencia, o su existencia, conforman y confirman uno de los fondos más familiares y seguros del mundo que no rodea.

Se trata de parejas heterosexuales que rondan la cincuentena, también por su parte más alta, y su particularidad no se reduce a un aspecto o atuendo concreto o distintivo, sino a una forma de estar vivos. Inspiran tal normalidad, mejor, transparentan tal normalidad que lo raro sería verlas como bichos raros, nada más lejos.

Sus rostros tampoco muestran signos preocupantes o extraordinarios, o más castigados, también la normalidad prevalece en ellos en forma de unas seguras placidez y confianza que probablemente en más de un caso esconden o cargan con problemas que aguardan bien protegidos al momento adecuado. Podemos verlas caminando en ropa deportiva, diligentes y concienzudas, también cariñosamente afectivas si viene al caso, dedicadas al cien por cien a la actividad que toca, charlando animadamente o concentradas en sus pasos, siempre ordenadas y pulcras, dominadoras de lo cómodo y correcto, en su sitio, como en su sitio parecen sus cabezas y probablemente descansarán sus respectivos hogares, limpios y ordenados, cada cosa en su lugar y la despensa cómodamente aprovisionada.

También paseando cogidos del brazo, o de la mano, da igual si en la versión modesta y corriente o más acicalados, arreglados sin excesivos ornamentos, siempre los adecuados, abrigadas cuando el fresco o frío y más ligeras cuando el buen tiempo, con bolsos u bolsas nada llamativos donde guardar, amén de proteger, esos documentos y objetos personales indispensables que hacen felices a las personas que gustan de todo donde debe, las cuentas sin sobresaltos y el futuro sonriente. También existe una presentación más vistosa, o adinerada, más seguras si cabe, además de risueñamente reconfortadas gracias a una cuenta corriente que se reproduce sin sobresaltos ni grandes desembolsos, los indispensables según la época del año; siempre atenta a las necesidades familiares. En ambos casos hay que añadir un plus de cordura y sentido común que se echa de menos entre los más jóvenes.

No es preciso aclarar que en ningún caso aparecen ajenos o hijos, sin ellos o ya independientes y con sus vidas mediana o totalmente resueltas, otra satisfacción por el trabajo bien hecho que también suele brillar gratamente en sus rostros; y si no los hubo ya no es tiempo de preocuparse por ello, tienen salud, se sienten ágiles y dispuestos y con capacidad para acudir allí donde quieran o les requieran.

Fíjense cuando tengan ocasión en esas parejas de adultos, mayores y algo más, caminando a su lado o conversando sentados en la mesa de enfrente, verán reflejados en sus rostros esa variante de la felicidad para la que ellos mismos consideran que hemos venido a este mundo, o al menos sí la serenidad y el convencimiento de que lo hasta entonces hecho está bien hecho, porque en cualquier caso no hay vuelta atrás; viviendo y disfrutando de esa seguridad que te concede la salud después de errores y/o sufrimientos que, ya pasados, descansan acomodados entre unos recuerdos que ya no les impiden dormir. Son la viva imagen de la felicidad más acomodada -si es que existe tal situación-, de la seguridad más precaria y por ello la más humana, la de quienes hace ya un tiempo que saben que todo tiene un fin, pero de momento no el suyo, ellos todavía hacen deporte, viajan, caminan, comen o toman cervezas con amigos. Agradecidos sin parecer petulantes, atesorando en el fondo de su cabeza, como también en su corazón, la sabiduría de que en esto de vivir no existen las lecciones magistrales, se trata más bien de una prueba de obstáculos para la que nunca sabes si estás preparado y si vas a poder superarla, como tampoco si los que tuviste fueron merecidos o se trató de simple mala suerte. En cualquier caso ya es tarde, están donde están y viven como viven, satisfechos, el pasado es pasado y lo que venga aún no lo conocen aunque lo sospechan, pero de momento su interés consiste en estar ahí, justo a tu lado, haciendo lo que tú pero de otro modo, de ese modo.

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