Estrellas

Hace poco leía que los telescopios que permanentemente apuntan al firmamento, buscando, investigando y aprendiendo de las estrellas, comienzan a tener problemas en sus observaciones y con las imágenes obtenidas, ya que en numerosas ocasiones en dichas imágenes aparecen estelas y trayectorias que no corresponden a ninguna estrella o fenómeno estelar, sino que se trata de trayectorias de satélites artificiales girando alrededor del planeta.

Curioseando en ello me entero de que, por ejemplo, el señor Musk tiene pensado lanzar al espacio algo así como diez mil satélites con los que establecerá una red de comunicaciones e información (¿?) que no dejará ni un centímetro cuadrado de la superficie del planeta sin su correspondiente vigilancia, ni consumidor. De esos miles de kilos de chatarra ya lleva lanzados unos tres mil, más o menos, a los que unir los correspondientes a otros organismos y organizaciones, Amazon incluida -con un objeto similar, o aún más salvaje-; todos con sabias y loables intenciones de informar y servir a los habitantes del planeta, todos pugnando por colonizar nuestro cielo con multitud de trastos que a nadie le interesan y mucho menos le hacen falta.

Desconozco si existe legislación o algún tipo de derecho internacional respecto al espacio, tanto cercano como lejano, si pertenece a alguien, a todos o al primero que lo ocupe apropiándoselo sin permiso ni explicaciones. Si ese cielo al que de vez en cuando nos asomamos perdiéndonos en su inmensidad sigue siendo de todos, también de nuestros sueños y esperanzas, o dentro de poco se convertirá en una enmarañada red de objetos inútiles que nos impedirán saber qué estamos viendo, si el lejano fulgor de una estrella o un engendro artificial propiedad de algún rico terrícola siguiendo concienzudamente nuestros pasos para ofrecernos información tergiversada o directamente falsa, o tal vez aquello que todavía no sabemos que queremos.

Habitamos un planeta cada vez está más parcelado -o completamente-, propiedad de tipos y organizaciones que mediante violencia, trampas y engaños han arramblado durante años con lo que han podido, de tal modo que nadie puede pedir explicaciones porque existe un derecho de propiedad que ya es inevitable; individuos, familias, clanes u organismos históricamente haciendo y deshaciendo a su antojo, sólo detenidos por los tropiezos e inconvenientes de compaginar sus propias codicias. El resto habitamos donde nos dejan -que no es poco-, dando permanentemente gracias por sus favores o directamente pagando por lo que sobre el papel tiene un propietario al que no corresponde preguntar por el origen y legalidad de sus propiedades. Llevamos como llevamos nuestra existencia en esta tierra, pero al menos hasta ahora nos quedaba el cielo, el único espacio libre que, además, nos permitía imaginar y soñar sin molestias ni interrupciones. Aunque ya no, porque también el cielo, nuestro cielo -el cielo de todos-, se cerrará como una especie de tela metálica que nos impedirá tanto ver como saber, tampoco imaginar, porque no sabremos qué vemos y quién nos ve y vigila desde ahí arriba -además de Dios. Solo falta que nos cobren por respirar.

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