Lo más curioso o llamativo de la conversación eran los propios muchachos, su absoluto convencimiento de que las cosas son así, sin dudas o atisbo de crítica; hablaban sin mordacidad ni dobles sentidos, felices por haberse reencontrado y por la charla, seguros de sí, ajenos e independientes del exterior porque todavía no existe la consciencia de ser otro más y aún se mantiene en pie un fondo de armario en el que los sueños y deseos todavía ocupan su mayor parte. Tal vez algo de resignación por lo que consideran errores más que fracasos, ya que por su parte no existe entrega o doblegamiento consciente de su voluntad, ni obediencia a los dictados de otro u otros, en cualquier caso los inevitables esfuerzos e inconvenientes por el tiempo invertido, pero menos, ya que para ellos todavía no existe una consciencia del paso de los años como algo definitivo, simplemente transcurren en una acumulación de tiempo que en algún modo se transformará en experiencia para mañana, o no, simplemente pasaron y ahora estoy aquí, en muchos casos tan vacío como al principio pero unos años mayor. Se conformaban razonando que aquello no siempre iba a ser así, ni es mejor o peor, se trata de lo que hay, las cosas cambian y tal vez en la próxima ocasión tengan más suerte. Suerte. Vale, son cosas que pasan, el mundo se mueve de ese modo y al final y desgraciadamente para muchos de estos se trata de que no puedes, no funciona o probable y directamente no servías para aquello, ya está, pero sin ofensas ni acritud, todo “muy líquido”. Luego se impone un cambio hacia otros derroteros de más fácil acceso y tránsito, otros estudios menos complicados o exigentes, sobre todo que gusten, sin que todavía tengan claro si es cuestión de gustos o de comodidad, facilidad -dicen-, menores requerimientos, con pasos más sencillos y cortitos para que la motivación no decaiga -¿tan cortitos?-, el caso es no volver a fallar y desanimarse. O un trabajo ¿cualquiera? ¡uf! por tener algo de dinero para hacer lo que te apetece. Porque estudiar es una mierda cuando no se tienen las cosas claras, tal y como al parecer les seguía ocurriendo a ellos, demasiadas prisas a la hora de afrontar plazos y más plazos en tan pocos años, como si el mundo se fuera a acabar mañana, sin tiempo para pensarlo con un poco de tranquilidad, independientemente de que tampoco se tiene el cuerpo para ello porque hay otras cosas más importantes, aparte de la natural necesidad de anteponer el placer a la obligación o el esfuerzo, cualesquiera que sean.
Pero no todo eran malos rollos, había un trabajo para uno de ellos -recién ingresado en una conocida cadena de supermercados-, ocupación que enterraría, al menos momentáneamente, unos feos años de los que no podía obtener nada claro aparte de tiempo perdido y unos estudios que, sumados, no significaban nada porque desde la distancia lucían sueltos, disparejos, sin forma humana de atarlos a alguna actividad que proporcionara algo a cambio, mejor si era dinero. Ahora casi tocaba el cielo, por fin, según sus propias palabras, su radiante expresión y el modo en que lo contaba; era más que estupendo, el trato, el horario y, por supuesto, también el sueldo, una maravilla comparado con lo que había tenido que tragar en otros trabajos. El paraíso (¿?). En ninguno podía advertirse, mucho menos en el afortunado trabajador, la impresión de enfrentarse a opciones marcadas de salida respecto a las cuales sus capacidades siempre fueron algo secundario, se trataba del camino al que intentaron aspirar y no fue posible, aunque afortunadamente hay otros que requieren menos esfuerzo, es más, para el nuevo trabajador la sensación era de liberación y felicidad. Sin remordimientos por un posible fracaso o el tiempo perdido, o porque ya fuera tarde; los estudios no eran lo suyo, fin de la historia. Es falso que existan caminos marcados o que condicionan y redirigen tus aspiraciones, solo son equivocaciones, tal vez desinterés o falta de estímulos. Pero al fin podría hacer lo que realmente quería, un tarea fácil de asumir con unas exigencias básicas, un buen principio a cambio de lo que consideraba un buen sueldo con unas excelentes condiciones laborales. Su docilidad era ejemplar porque, sin reticencias, asumía de buen grado su futuro más próximo, y sobre todo era suyo. Dejaron de preocuparle las causas o los porqués, y si existían, probablemente retorcidas invenciones en las que no le apetecía detenerse. En cualquier caso ahora el truco consistía en multiplicar las horas por el dinero obtenido y en función de ello progresar adecuadamente.