No es difícil imaginar el trajín de estas fechas, verlo, incluso, seguirlo sin llegar a entenderlo del todo -¡todavía!-, cada cual persiguiéndose a sí mismo con paso acelerado, buscando pistas, hitos o señales que, según el calendario, son necesarias y deberían ser fáciles de distinguir, pues todos disponemos de ellas; las vamos dejando atrás, más o menos a mano. Llega final de año y, dicen, toca hacer algo distinto -que siempre es lo mismo- además de sonreír, celebrar, recapitular, permanecer en actitud reflexiva, repasar, lo que en cualquier otra época no haríamos porque nunca nos apetece. La situación que vivimos, o sufrimos, ha dejado de ser una sorpresa, no sé si aún llega a alarma, y se ha convertido en una molestia que amenaza con hacerse permanente, es lo que hay; y como el tiempo sigue moviéndose, invariable, en la misma dirección significa que hemos de adaptarnos a las circunstancias, algo que, por otra parte, siempre hemos hecho, aunque nos guste creernos nuestras propias mentiras pensando que éramos nosotros quienes llevábamos, y seguimos llevando, las riendas, como de costumbre; un discurso útil por cuanto nos permite seguir enteros y en pie, y avanzar, hacia dónde no es la cuestión.
Estos días cobran la especial relevancia que tienen las sinopsis, sin llegar a epílogo, por lo que actuaremos en consecuencia, sin tratar de evitarlo -¡¿por qué habríamos de hacerlo?! Este momento es tan bueno como otro cualquiera si en algo ayuda para apercibirnos sobre el terreno que pisamos, tampoco nos va a llevar demasiado tiempo porque no merece la pena demorarse en lo que ya no tiene remedio, ha sucedido y no es que ahora sea tarde, lo que ocurre es que ahora no es entonces, y entonces, como todo pasado, es otro tiempo, aunque en ocasiones nos empeñemos en convertirlo en presente, una ilusión que, para nuestra propia decepción, insistimos en sostener y corregir en una lucha inútil que, en definitiva, no es más que una lucha contra nosotros mismos.
Cuando crucemos nuestras miradas en cualquier calle no recordaremos nada de esto que escribo, pasaremos uno al lado del otro como perfectos desconocidos, que es lo que somos, o al menos eso creemos, con prisa, pendientes de cosas realmente importantes -¡ya lo creo!-, las nuestras. Distintos, o muy distintos, nada más lejos de la realidad que pretendernos iguales, ni mucho menos parecidos, porque nuestra carga, o nuestra vida, que en algunos casos viene a ser lo mismo, es única, especial, con nombre y apellidos, una encrucijada en la que confluyen ascendientes y descendientes de forma casi mágica, así lo vemos y sentimos con orgullo, porque si no somos nosotros mismos quienes dibujamos los puntos de nuestras propias íes ¿quién va a hacerlo?
O puede que seamos capaces de detenernos y, en lugar de comparar o ignorar, sonreír ante tanta brega que nos trae de cabeza, incluso a la hora de felicitar sin medida, repitiéndonos hasta la saciedad, nada originales, entre precipitados y aburridos, o emocionados, si, a pesar de o después de tantas formalidades. Qué simples que somos, y qué crueles, no hay marciano que nos soporte.