Costes

A día de hoy el niño desaparecido en Málaga sigue sin aparecer, y los enormes gastos que está generando su búsqueda siempre serán pocos si ésta tiene resultados positivos; esperanza que el espíritu humano se impone aún en contra de una experiencia, también humana, que va gravando cruelmente los días con sus leyes. Otro suceso que se explica por un encadenamiento de errores de los que nunca parecemos desembarazarnos, testarudos a la hora de la memoria y con tendencia a la reincidencia, enésima sucesión de imprudencias y descuidos que, como en este caso, pueden acabar con la salud o la vida de otro menor.

Nunca es demasiado cuando alguien, preocupado por las posibles consecuencias de los propios actos, repite esas rutinas necesarias con las que evitar desgraciados accidentes con los peores resultados. Como también sabemos de tantos que a la hora de reconocer un error echan mano de los recursos de Homer Simpson, aquello de… yo no fui, fue ese o… yo no estaba allí; vergonzosas artimañas de quien por temor, cobardía o simple inmadurez es incapaz de asumir sus propias faltas. Actitud que, sin embargo, se acepta sin rubor y sin que nadie sea capaz de afear al implicado la miserable intención de escurrir el bulto como si la cosa no fuera con él.

Como también hemos de aceptar que quien en su momento no puso la atención que debía, en su dolorosa desesperación e incapaz de valorar y asumir tanto la terrible realidad de los hechos como las consiguientes dificultades a la hora de reparar las consecuencias de su tremendo descuido, despotrique contra el mundo porque éste no se detiene de inmediato y se pone manos a la obra para tratar enmendar el desafortunado resultado de su falta, como si el mundo no tuviera otra cosa que hacer que ocuparse de los imprevistos que provoca su distraída cabeza.

Luego llegará la hora de intentar escapar de la quema, justificar de cualquier modo, mintiendo, las malas acciones, las ilegales, las irresponsables o directamente peligrosas que, también como niños, se intentarán tapar con tal de no asumir obligaciones y cargas materiales y penales, si las hubiere. Comportamientos pueriles en adultos más irresponsables, si cabe, que los propios niños. Vendrán las acusaciones mutuas, la tergiversación de los hechos, los intentos de ocultación de las más que evidentes irregularidades tanto civiles como en cuanto a seguridad, la desprotección, el descuido en la atención, la falta de previsión etc.; todo con tal de no responder por lo que desde un principio se sabía que estaba mal. Como críos intentando escapar del consiguiente castigo.

A lo que sumar el negocio audiovisual que generan las desgracias ajenas, el despliegue de una cruel hipocresía que se pretende información sostenida por redacciones y corresponsables en permanente duda entre la solución del problema y la prolongación en el tiempo del mismo, mientras genere beneficios; deseando en el fondo evitar su excesiva duración, lo que daría lugar a un hastío culpable del que cada cual iría escurriendo el bulto como si nunca hubiera estado allí.

Y todo para recuperar, salvo improbable milagro, otro cadáver inocente procurado por la estúpida irresponsabilidad y el mezquino egoísmo de los mismos adultos de siempre.

¿Quién paga todo esto?

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