Otro invierno

Como es Enero estamos en invierno, y como es invierno hace frío, y si el invierno es invierno, invierno, hace un frío de mil demonios, y viento, y lluvia, y hiela y nieva, como en cualquier invierno que se precie. Hasta ahí todo parece fácil de entender, como también lo es que los excesos meteorológicos hagan más difícil el día a día del país y en ocasiones incluso lo interrumpan de manera drástica, o sencillamente lo detengan sin fecha.

También sabemos, o suponemos, o al menos lo imaginamos,  que hoy mucha gente de lo más normal suele ir armada con dispositivos electrónicos muy sofisticados que, comparados con los que existían, por ejemplo, hace tan solo diez o quince años, son un portento en cuanto a tecnología y comunicabilidad, y  esos dispositivos hiperconectados ofrecen o pueden ofrecer todo tipo de información al instante, lo que significa que sus felices poseedores pueden presumir de saber de lo que quieran cuando quieran.

Estamos en invierno y nos aterroriza una ola de frío amenazando con poner al país patas arriba, pues bien, todavía hay personas que, gustosamente o no, es imposible apreciarlo, se avienen con unas palabras a los requerimientos de unos medios de comunicación que dedican minutos y minutos a entretenernos, que no a informar, con lo que todos sabemos y sufrimos, que hace mucho frío, emitiendo sin descanso una y mil opiniones iguales, la mayoría banales, sobre lo que significa y cómo afecta el frío a cada cual. Y exceptuando los que asumen el invierno como lo que es o debería ser, una estación imprevisible que puede rompernos por donde menos lo esperamos, suelen repetirse esos ciudadanos cabreadísimos que sistemáticamente se quejan, enfadan, protestan, deploran o insultan a quienes, según su santa palabra, deberían estar más atentos y preocupados porque ellos sigan haciendo su vida normal, cuando y como quieran y a pesar del invierno. Los mismos que exigen con altanería y soberbia medidas de protección y seguridad más que inmediatas, personales, medios infinitos que los traten y cuiden como a niños, a capricho; unos servicios de protección civil de choque instantáneos y cariñosos, dispensadores de sal en todas las carreteras como grifos de agua corriente, un quitanieves por persona, máquinas expendedoras de sacos de arena en cada esquina por si toca inundación, helicópteros de salvamento en cada rotonda o, ya puestos, fuerzas de intervención inmediata de la ONU, a saber; sobre todo para que ellos, bien cómodos en el interior de sus seguros vehículos, no tengan que despeinarse. Pero todavía no he oído a nadie decirle a tanto ciudadano espabilado, por ejemplo, por qué no utilizó la televisión, la radio o su teléfono móvil de última generación para informarse de si la carretera, la estación, la zona o el camino de cabras por el que le apetecía circular o al que tenía intención de acceder podía ser utilizado con total normalidad; estamos en invierno.

Deberíamos ser más respetuosos con unos servicios públicos devaluados y desprestigiados que una, no sé decir si mayoría o minoría, sistemáticamente denuesta porque no están ahí para auxiliarles o atenderles a la carta, unos servicios públicos que disponen cada vez de menos dinero y recursos y que a nadie le apetece potenciar porque nadie se acuerda de ellos cuando no interesan o no hacen falta; estaría bien que nos acordáramos de ellos a la hora de pagar impuestos, no únicamente cuando llega el invierno y se comporta como invierno haciendo que nuestras egoístas vidas deban reducir el ritmo y la velocidad.

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