Mirando

Hablaba mirando a la ventana, o al techo, bebiendo el güisqui a pequeños sorbos y leyendo en algún sitio entre el cristal y la pintura lo que me estaba diciendo acerca del amor y la increíble suerte de aquellos que alguna vez se han sentido enamorados; hablaba de emociones a flor de piel, nerviosismo, sudores, estremecimientos, impaciencia y enfados tremendos, ascensos meteóricos en los que se tocaba el cielo y caídas vertiginosas hasta hundirse en estados depresivos desalentadores o destructivos. Llegó un momento en el que, de pronto, calló y no supe por qué, la miré, nos miramos y ninguno sonrió, era que no se le ocurría qué decir. Solucionó la papeleta con la socorrida sentencia que certifica la existencia de muchas clases de amor, porque todo el mundo habla del amor o de su idea del amor, a pesar de lo cual todavía hay muchos que siguen sin conocerlo, no lo conocieron o no coinciden con él porque sencillamente ese amor con el que sueñan no se pliega a sus intereses, sobre todo cuando hay sexo por medio, porque son dos cosas distintas, dicen, puede haber sexo sin amor y sexo con amor, depende de las personas y del sexo, o sólo sexo y de frente, cuestión de satisfacer apetencias exclusivamente personales, de poder o simple estupidez; y también existe el amor de madre, el que se impone entre adultos sin sexo, con sexo virtual o visto y amor a los animales, pero este amor no es igual, se dice del mismo modo pero no tiene nada que ver. Pero hay gente que ama más a su perro que a su mujer. Pero no es lo mismo, me interrumpió ella. Ya, pero los hay que pasan todo el día con el pobre animal, lo asedian sin piedad obligándole a su compañía mientras entretienen su aburrimiento sin nunca preguntarle al perro… Pero no es lo mismo, volvió a repetirme. Ya, me he perdido. Pero el amor se alimenta de deseos, ausencias y lealtades, y hay parejas a las que todo eso les queda muy lejos, luego no están enamorados, se soportan. Tampoco contestó. Miraba a la ventana. Lo siento por ellos. Probablemente no han conocido ni conocerán el amor. ¿Qué amor? No sé, nunca hubo pasión entre ellos, era simple deseo egoísta y manipulador, satisfacerse con quien por entonces tienes más a mano, y si funciona al final te acostumbras y te casas, da igual si es él o ella. Y ya está. Yo todavía confío en volver a enamorarme. Qué suerte. Es cuestión de buscarlo, no, hay que dejar que te encuentre. ¿Para qué? Para embarcarme de nuevo en la misma y apasionante zozobra. ¿Las mismas sensaciones que sentiste entonces? Sí. Pero ya no eres la misma persona. Pero tengo la misma fuerza ¿Tú crees? Sí. ¿Y si encuentras el amor con alguien que ama los perros? Imposible. Si no he entendido mal creo que el amor del que hablas es un sentimiento que no se puede controlar. Te enamoras sin que puedas evitarlo, pero tu amado o amada prefiere los perros, a ti también, pero con perros, o con sus padres o en un ménage à trois. Si es auténtico amor hay que sufrir, y aunque en apariencia no lo parezca al final el amor prevalece. O no. Hay personas para las que el amor lleva aparejado una serie de requisitos, no va uno a dejar todo por otro a las primeras de cambio, sus vidas… Pero vivir es enamorarse, y si te enamoras eres capaz de dejarlo todo. Siempre. O no. No te entiendo. Se hizo el silencio y ambos apuramos nuestros respectivos vasos al mismo tiempo. Ella se levantó a por más hielo y a la vuelta continuó ensimismada en la ventana. Nos servimos otra copa y yo también me puse a mirar el cristal, por si acaso. La tarde lucía gris y entonces lo vi, escrito en el aire entre el techo y la ventana, no sé si con amor o sin él pero en cuestiones de amor seguiríamos pensando y sintiendo diferente, porque además del amor, acerca del que con tanta ligereza opinábamos, coincidíamos o disentíamos, ninguno se aventuraba con el amor propio, era precisamente eso lo que estaba leyendo, del poderoso y hermético egoísmo que, con o sin nuestro consentimiento, domina con brazo de hierro todas las vidas y del que con demasiada frecuencia la gente se olvida porque gusta pensar que uno es diferente, más simpático o extrovertido, o más auténtico, no es retorcido o pasional, se preocupa por los demás, su amor por ellos es infinito, casi tanto como el que siente por su pareja, porque mi amor es… en fin, siempre el mismo ombligo.

Esta entrada fue publicada en Relatos. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario