De Lincoln

¿Era imposible que la película de S. Spielberg consiguiera el Oscar este año? Probablemente sí, y la primera razón que se me ocurre es que S. Spielberg es Hollywood y autopremiarse no quedaría muy bien, sin embargo a la película le sobra calidad para lograr el premio. No creo que sea una novedad afirmar que a estas alturas Steven Spielberg no tiene nada que demostrar a la hora de hacer cine y, de hecho, su nombre ya es hoy historia del cine. Las cualidades del director son claramente visibles en su última creación, tanto es así que si hay algo que salva a Lincoln de ser una película corriente o intrascendente, previsible incluso -tal vez con otro director-, es su excelente manufactura –made S. Spielberg-. Su impecable realización, la seriedad y el metódico trabajo en encuadres, tomas, escenas o fotografía, el detalle a la hora de exprimir el guión en cada escena haciendo de ella un trabajo único buscando conmover y emocionar al espectador, rezuma la firma de S. Spielberg por cada uno de sus poros, y si además sumamos el excelente trabajo de Daniel Day Lewis y el de secundarios de lujo como Tommy Lee Jones no queda mucho más que añadir, pero…

El problema de Spielberg, si es que puede decirse tal, es que cuando uno se sienta ante una nueva película suya siempre le pide más, y tengo la sensación de que en el autor también existe un plus de compromiso y/o responsabilidad -no lo tengo todavía del todo claro- a la hora de elaborarlas, es como si prevaleciera un interés añadido por no hacer películas convencionales acerca de temas convencionales como el resto de los directores mortales, parece que el director se hubiera propuesto, más allá del cine, digamos, tópico o habitual, dar en cada trabajo con la película definitiva, intentar que cada cinta sea, en cierto modo, concluyente, que en ellas sólo se expongan cuestiones intemporales e universales tratadas con la magnificencia que se merecen, se descubran situaciones excepcionales y se muestren personajes capaces de sacudir los cimientos del alma humana, y como consecuencia de ello creo que en muchos de los espectadores que admiran su cine también coexiste esa “necesidad”, cuesta imaginar a S. Spielberg filmando una historia corriente de hoy día. Aunque nunca es tarde.

¿Es ese un problema del autor? ¿Es, en cambio, un problema de los espectadores? Si, por poner un ejemplo, Almodóvar, con su cine repetitivo, limitado y estridente, sólo ha dado para convertirse en el Álvarez Quintero de la democracia española, y sus admiradores así lo entienden y sólo le piden ese tipo de pasatiempo fácil, S. Spielberg, todo lo contrario, ha sembrado entre el público la impresión, o casi certeza, de poseer una renovada e inacabable capacidad para sorprendernos o maravillarnos, a pesar de su fijación con la inmortalidad y la “obligación” de facturar películas definitivas, pero si en verdad cada una de sus películas es casi perfecta en lo que concierne a su realización, pienso, sin embargo, que a veces les falta alma, un poco más de humildad a la hora de tratar los temas y diseñar los personajes -puede ser que, sencillamente, no le importe-; no creo que sea una cuestión de sensibilidad pero si de interés o capacidad a la hora de dibujar con trazos sencillos personajes normales -¿por qué no actuales?- que el público vea y sienta como normales, con sentimientos normales que parezcan tales, con los que el espectador sea capaz de identificarse y de los que obtener, a partir de su franca cotidianidad, la sensación de haber penetrado en los rincones más profundos de corazones universales.

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