Tardes y memoria

La memoria suele ser un arma de doble filo, viene muy bien para tener siempre presente, incluso a nuestro pesar, la parte del mundo en la que nos hallamos, quiénes somos y de dónde venimos, aunque muchos se empeñen en olvidarlo e intenten convencerse a sí mismos de que el tipo frente a ellos en el espejo es una persona distinta. Mal asunto. Por otra parte la memoria también se encarga de avisarnos y desengañarnos cuando en cada nuevo año o en la repetición de una fecha concreta nos pone en guardia aburridos ante las mismas reiteraciones recicladas y repintadas para hacérnoslas tragar como novedades, más de lo mismo, más de lo que -afortunada o desagradablemente, elija lo que más le guste- ya conocemos y hemos sufrido.

En las largas tardes libres de invierno cualquier persona puede hacer o no hacer según tenga o le venga en gana, puede sentarse o dormirse, sin embargo, visto y oído, lo que no se deberían permitir son los insultos con formato de programa televisivo si por casualidad uno es sorprendido por un aparato de televisión encendido. ¿O sí? No es un consejo ni una advertencia, imagino que afortunadamente la mayoría de ustedes tendrán otras muchas cosas que hacer antes que detenerse o sentarse ante un televisor, pero, a lo que iba, hace un par de tardes, mientras leía, alguien encendió el televisor en la habitación de al lado y, supuse, se sentó tranquilamente a pasar el rato delante de la pantalla. Después de unos minutos tuve que dejar la lectura porque lo que oía al otro lado de la pared me distraía, o al menos no me permitía concentrarme en el libro. Ignoro de qué canal comercial se trataba, pero no pude evitar ponerme a pensar en la mujer que gritaba al micrófono como si fuera un bote, tal vez ignorante de que la electrónica que justificaba su medio de trabajo es mucho más efectiva que los gritos a la hora de transmitir la voz humana de un lugar a otro. La joven entrevistadora -por la voz- se derramaba sin pausa poseída por una alegría de quitamanchas saturada de obviedades festivas ridículas y desfasadas, risas y más risas sin sentido ni gracia y guiños vanos a los que ningún entrevistado respondía, toda rebosante de una energía que prácticamente a nadie contagiaba; creo que entrevistaba en una capital de provincia -tanto daba el lugar- a una serie de vendedores y propietarios de tiendas y establecimientos comerciales con vistas a las próximas fiestas navideñas; para colmo, entre entrevista y entrevista, funcionaba una nefasta coletilla que castigaba al televidente con algo así como “sonríe, es Navidad”. Las obviedades eran del tipo ¿qué hay que cenar o comer estas fiestas? ¿qué vestido o traje hay que ponerse en tal o cual gala o cotillón? ¿cómo debe usted arreglarse el pelo o las cejas? ¿por qué no compra una planta para Navidad?… ahora pasamos a la publicidad. Qué apetitosos pintan los turrones, y los dulces…  Claro, en estas fiestas, es inevitable, los gastos se disparan porque todos estamos felices y contentos… y nos queremos mucho… “Sonríe, es Navidad”.

Desgraciadamente no recuerdo cuanto tiempo anduve distraído con lo que sucedía en la habitación de al lado, pero lo cierto es que mi asombro fue en aumento cuando intenté entender a cualquier persona que estuviera ante semejante emisión en cualquier punto de este país, o en cualquier país del mundo. Y lo más cabreante de todo ello era el esfuerzo de imaginar a los dirigentes y programadores de ese tipo de cadenas televisivas refocilándose confeccionando una parrilla de emisión para… ni siquiera estúpidos, ¿tarados? ¿deficientes mentales? Lo siento, no encuentro el calificativo, me cuesta dar con el tipo de  “persona humana” -perdón- capaz de malgastar su tiempo ante semejante abominación. Porque lo peor no es que yo mismo, aburrido en casa, conecte el televisor para dejar pasar el tiempo, lo increíble es que nadie en sus cabales aguantaría ni cinco minutos ante semejante bodrio audiovisual. ¿Entonces?

Vuelvo a la memoria, a la funesta pero excitante, sabia y generosa experiencia de sentir sin pesar que el tiempo se repite o, como solemos decir, parece que no ha pasado; a la desafortunada impresión, o dudosa sabiduría, de haber confirmado los peores temores cuando el ajetreo de los años acaba acumulando más tropiezos que aciertos; a la sospechosa cordura de eso también sucedía cuando uno era más joven, cambia el medio -ahora son excesivos, agobiantes, apabullantes…- pero la intención, la irrespetuosidad y la burla, ya ni siquiera soterrada, son incluso peores, hoy ya no es necesario disimular. ¿Dónde estamos pues? ¿Seguimos reprobando y desdeñando las mismas miserias de las que nuestra memoria se avergüenza, nuestros años acabarán detestando o, vencido definitivamente el carácter, acatando sin opinión? ¿las aceptamos sin voluntad, que no voluntariamente, porque, convencidos de nuestra irrelevancia, hemos decidido -nunca sabremos cuándo fue el momento- sobrevivir humillados antes que seguir alzando la voz criticando lo que no nos parece bien? ¿aceptamos sumisos nuestra posición subsidiaria de imbéciles consumidores sin criterio ni juicio justificando como bobalicones las pésimas artes y poca profesionalidad de una ¿pobre? muchacha que sin duda sudará un montón de horas al día ocupando un puesto de trabajo infame a cambio de un sueldo de esclavo que sólo le proporciona mendrugos para llevarse a la boca?

La memoria, aunque nos duela, felizmente es para siempre, la voluntad de vivir en principio también, mañana será otro día, u otro año, qué más da, si seguimos vivos es porque de momento nadie va a ocupar nuestro lugar, luego vivamos con todas las consecuencias.

Feliz 13.

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1 Response to Tardes y memoria

  1. Avatar de Macarena Macarena dice:

    Bueno, igual todo es cuestión de educación ¿no? me ha gustado mucho tu post, me resulta muy familiar y además me lo tomo como un guiño. Gracias y feliz 13.

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