Podríamos comenzar imaginando algún secreto y atípico habitáculo particular -un garaje, para no perder el romanticismo- o, por otro lado, algún soleado, limpio y excelentemente equipado departamento de proyectos de alguna multinacional informática de prestigio, en cada uno de los cuales el portento de turno en ciernes o el principal equipo de diseño trabajan exhaustivamente en el prototipo definitivo del perro perfecto. Una especie de perro-robot prácticamente imposible de diferenciar respecto de otro «natural». Un perfecto animal de compañía sin los inconvenientes del común animal de andar por casa: no suelta pelo, no mancha, no necesita alimentación, no es ruidoso, no deja ningún tipo de excrementos, no necesita atención ni revisiones médicas, vacunas, prohibiciones, mutilaciones, cortes de pelo… poseedor además de la gran virtud de estar permanentemente pendiente del estado anímico y psicológico de su propietario y sintonizar inmediatamente con él, ya sea alegría, ganas de juego, descanso, paseo, tiempo de tristeza, melancolía, ira, cansancio, tal que un álter ego inseparable e indistinguible de su dueño.
Tal invento sería el compañero ideal para tantas y tantas personas acuciadas por la imperiosa necesidad de tener compañía (aunque probablemente entonces aparecerían algunos «problemas morales» en cuanto a calidad y cualidad de difícil explicación).
Ese es el verdadero motivo de estas palabras, y no me refiero a esos alelados que se extasían viendo cagar a su perro, le hablan y tratan como si fuera una persona -hasta extremos sonrojantemente inimaginables- o les gusta gastarse en el animal mil euros al més para presumir de ignoro qué; intento ir más allá, porque ¿qué tememos que nos resulta tan difícil acercarnos unos a otros y preguntarnos, ayudarnos, conversar, pasar el tiempo o simplemente estar juntos en silencio? ¿por qué ponemos en un animal la responsabilidad de tener que aguantar nuestras carencias -afectivas o no- y soportar nuestro carácter? ¿por qué nos empeñamos en confinar a un animal, que debería correr al aire libre y llevar una feliz vida de animal, en una casa de humanos obligándole a llevar una vida de humano? ¿a qué no nos atrevemos?
Esto no es un manifiesto en contra de nada ni nadie, ni una acusación -no me considero con la suficiente entidad- contra el uso que pueda hacerse de una animal de compañía como animal de compañía, es simplemente un intento de materializar tantas y tantas observaciones esporádicas de comportamientos de personas con animales necesitadas de alguien que les escuche o les haga algo más que compañía. Creo que no es una simple cuestión de soledad, sino tan solo temor, desconfianza o desgraciado aburrimiento, lo que a estas alturas no deja de significar un sonoro fracaso de nuestra capacidad para la común convivencia como humanos adultos.
Cada uno hace lo que le da la real gana. ¡Ah! pero ¿es eso?
¿Qué tememos que nos resulta tan difícil acercarnos unos a otros y preguntarnos, ayudarnos, conversar, pasar el tiempo o simplemente estar juntos en silencio?. Pues eso.