Intentar darse a conocer personalmente es algo complicado cuando uno no sabe muy bien qué puede interesar a los demás de sí mismo. De una infancia sin grandes contratiempos tal vez lo más reseñable sea que comencé a trabajar con 15 años -necesidades familiares, eran otros tiempos-. Trabajé, entre otros, de dependiente, oficinista o tornero, amén de pasar mis años correspondientes por la oficina del paro. En la actualidad trabajo en ADIF, en Alcázar de San Juan. Aprendí demasiado pronto que un empresario es un señor al que sólo le preocupa su propio beneficio -hasta ahora no he encontrado ejemplos que me hagan cambiar de opinión-, tal vez por eso acabé trabajando en una empresa pública, donde uno alimenta el consuelo de no engordar a ningún tipo a costa del esfuerzo propio, aunque el tiempo haya demostrado que en la empresa pública engordan muchos otros que no tienen dónde caerse muertos. Probablemente el ejemplo de mi padre, que trabajó toda su vida sin que luego tuviera tiempo para disfrutar de su jubilación, me hizo posicionarme frente al trabajo como una actividad que antes que cualquier otra cosa te da de comer y te permite llevar a cabo tus sueños, si es que dispones de tiempo para tenerlos. Entre empleo y desempleo finalicé mis estudios secundarios, me licencié en Filosofía, especializándome en Antropología, y también me interesé por la Sociología y las Ciencias, pero mi disponibilidad de tiempo era cada vez menor.
Soy un lector voraz e ignoro cuando comenzó mi afición por la escritura, lo que si sé es que en algún momento acepté como el mejor consejo a la hora de escribir una respuesta de Manuel Vázquez Montalbán a la pregunta de qué debería hacer quien quisiera escribir. Leer –dijo-. Como todo quisque que pretenda conseguir algo con la escritura me aventuré en algunas editoriales con el éxito que ustedes se imaginan. Pero ante su indiferencia y antes que autoconvencerme de ser realmente malo seguí leyendo y escribiendo, también en algunos periódicos, a sabiendas de que al mundo no le importaba mi existencia. Hasta que mis amigos, cansados de mis sermones y mi incontinencia verbal, me convencieron para que volcara mis “inquietudes”, tanto intelectuales como literarias, en este blog, así podrían leerme cuando quisieran sin tener que aguantarme. Quizás 53 años sean demasiados para comenzar nada, pero no me importa, mientras dure tengo otra ocupación a la que darle vueltas. De mis opiniones y forma de pensar ya habrá noticias en estas páginas. Un saludo.