Hace unos días en una conversación distendida un señor y su señora saltaron impulsados como por un resorte cuando a alguien de los presentes se le ocurrió decir que vivimos en una cultura patriarcal y machista, probablemente una mujer. Qué tontería, aseguraban, acusando a la víctima de ser otro monigote en manos de las corrientes woke y feministas más intransigentes tan de moda.
Y estos días, al ver en prensa la afrenta pública por la que tuvo que pasar la presidenta de México a manos de un macaco tan analfabeto como probablemente violento he vuelto a recordar la conversación. La situación habrá trascendido en cuatro sitios dirigidos y frecuentados en su gran mayoría por mujeres clamando en el desierto, despreciadas y mal vistas por tanto violento reprimido en el fondo satisfecho con lo que considera una tontería… nada, que un cateto quería tocarle la teta a la presidenta -unido a la pertinente y rijosa sonrisita. Lo que debería haber sido noticia de primera página se ha obviado convenientemente porque, claro, eso no le pasa a un hombre.
Los porqués de la situación y sus escasas consecuencias son tan evidentes como penosos, o idiota no saber o querer reconocer a estas alturas, también en referencia a la pareja de más arriba, el mundo en el que vivimos. Un mundo hecho por quienes la tienen más larga, da igual si manadas de jóvenes con el cerebro en la polla o respetables parejas defensoras del como dios manda, no importa si religiosas o laicas, con patrimonio y cuenta corriente, satisfechas de unas vidas tan largas y aburridas como “honradas”; esa honradez tan preocupada porque no me quiten lo mío y a los demás que les den morcilla. Probos ciudadanos con un severo problema de TID que les hace separar y diferenciar sus propias vidas del mundo en el que las viven, que dicen una cosa y en su día a día hacen lo contrario, que pontifican con total severidad sin en realidad reconocer el suelo que pisan, ni les importa; que ven y escuchan las noticias como si fueran extraterrestres observando un planeta que no es el suyo, porque el suyo ya lo conocen y es perfecto, hasta el punto de que cuanto menos contacto tengan con el exterior mucho mejor.
Qué hacer ante tales situaciones. Desgraciadamente y tal y como están las cosas habría que repartir culpas, y también habría mujeres culpables de que esto siga ocurriendo, en primer lugar por no pensar y actuar como mujeres, tratando de “subirse al carro” a costa de su propia dignidad y la de su género; hoy menos que nunca. Para luego quizás alarmarse y clamar desde el dorado desierto de su púlpito cuando sean asaltadas por cualquier imbécil intentado tocarle una teta.
Y me acuerdo de las mejores tenistas del mundo, quienes deberían liderar su condición con hechos, jugando un torneo tan anodino como intrascendente en uno de los países más patriarcales y machistas del mundo -que hace política con ellas y entre las que probablemente habrá alguna mema que asegure que ella es apolítica (¿?). Mujeres vistas más como inferiores atractivas y deseables que como deportistas. Y también vienen a mi memoria las jóvenes ingenuas aceptando viajar para posar en traje de baño y que cuatro catetos elijan a “la más guapa del mundo”; despreciadas hasta el extremo de que los propios organizadores ninguneen, avergüencen y dejen en evidencia pública a alguna de las participantes sin que todas al unísono abandonen reventando semejante engendro.
Me estoy equivocando, dirán, hay que vivir, prosperar en la vida y trata de ganar dinero. Pues si los hombres, que han sido quienes han puesto el dinero como motivo principal de nuestras vidas, deciden tomarse las libertades que les apetezca con quienes aceptan el dinero como única relación y comercio entre personas, de qué quejarse cuando cualquier ceporro desaprensivo, con o sin dinero, quiera tocar una teta sin permiso, se trata de su mundo. O es que acaso piensan que ellas son diferentes a ojos de esos mismos hombres.