Mujeres

A poco que nos fijemos a nuestro alrededor cuando estamos en la calle, de paso o en cualquier lugar público o privado, no nos será difícil detenernos en esos grupos de mujeres, de edad y de más edad, que habitualmente se dejan ver paseando o reunidas en pueblos y ciudades. Grupos animados en los que la charla suele conducir la reunión, da igual los motivos, que los habrá para todos los gustos, siendo probablemente secundarios frente a la mera y primordial compañía y relación entre ellas.

Seguro que hubo una primera vez que no recuerdo con exactitud, o quizás no fue tal sino su simple y continua frecuencia, advertir su reincidente presencia y en algún momento pensar en una casualidad o coincidencia, tal vez el lugar o el momento del día, ¡qué sé yo! los motivos pueden ser tan numerosos. Por lo que comencé a fijarme más en ello y entonces deseche definitivamente las casualidades o coincidencias, todo lo contrario, también me deshice de la repetición porque tampoco era el caso, sino que se trataba de una realidad contante y sonante que asomaba en cualquier lugar en el que me hallará, de forma más o menos habitual o de paso.

Cosa que no sucede, sin embargo, con los hombres, algo así parece imposible entre ellos; da igual el momento, la hora o el lugar, en ningún sitio existen o se dan esos grupos livianos y en apariencia intrascendentes, de andar por casa, en los que prima por encima de todo la compañía, la necesidad de relacionarse y hablar -quizás y únicamente entre los más jóvenes. Y que grupos tan característicamente humanos como estos solo se den entre mujeres no deja de ser más que curioso, tal vez porque la parte más social de la especie siempre ha estado en el lado femenino de la misma. Los motivos ahora no vienen a cuento, que probablemente los habrá y muchos, más y menos descritos y estudiados, más y menos interesantes, decisivos, represivos, marginales etc., pero, repito, este no es el lugar.

Vestidas con más o menos decoro, acierto o elegancia, eso sí lo da el lugar, pueblo, ciudad y estrato social del que provienen; en la mayoría de los casos fácil de advertir debido a prendas y tonos, más que colores, modelos y patrones comunes según dónde y quiénes, o modas que dicen tanto como ocultan.

En cualquier caso es inevitable pensar en los hombres cuando se las ve pasar o se coincide en algún lugar junto a uno de estos grupos. Porque de ningún modo se trata de mujeres que vivan o hayan vivido siempre solas. Es cierto que cuanto más jóvenes más probable que exista algún hombre haciendo o practicando cosas de hombres en lugares socialmente menos comprometidos; como que, ya en edades más avanzadas, en una gran mayoría se trate de viudas con todavía cuerda para rato.

Cuáles son los temas de conversación en estos grupos de mujeres y en qué modo priman es algo tan curioso como inaccesible, si propios o respecto a los suyos, díganse padres, maridos, hijos, familias o casas; también trabajos, remunerados o no, aficiones etc. Pero creo que en todo ello lo más importante es la misma conversación como indispensable y obligado revitalizante de la propia existencia, más allá de, en tantos casos, su inevitable y también necesaria intrascendencia. ¿También de amores, locuras o sexo, o cómo les va o les ha ido?  O todavía su papel secundario en la sociedad, además del peso de la ancestral represión, marginalidad, violencia y sumisión histórica, reconvertidos en prudente y decente vergüenza, impiden según qué temas o conversaciones hasta cuando se encuentran a solas, a salvo de miradas u oídos indiscretos. A estas alturas de sus vidas ¿sigue habiendo algo más a lo que vencer o enfrentarse, al margen de la propia intimidad?

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