Cutrez

Se ha armado un pequeño revuelo, solo entre quienes esporádica o habitualmente leen, porque una influencer a la que probablemente solo conocían las almas que la siguen en busca de un norte -cualquiera que no suponga mucho esfuerzo- mostrara unas estanterías con algunos cachivaches jactándose públicamente de su ignorancia literaria, puesto que para ella eso de tener libros y leerlos solo es una moda que siguen cuatro gatos que, además, se creen mejores por leer; o sea, que eso de los libros solo es una “tendencia” más a la que no hay por qué darle más importancia de lo que ella lo hace mostrando sus anaqueles completamente libres de esos acaparadores de polvo que son los libros. Pensamiento, por darle algún nombre más bien injusto, con el que comulgan muchas de las personas que se dedican a tales menesteres audiovisuales y probablemente sus seguidores comparten, porque, si básicos son aquellos, estos últimos todavía no llegan a la b, por lo que necesitan que alguien de “más altura” les oriente e indique el camino mostrándoles que hay vida más allá de la a.

La respuesta en redes y medios de información quizás haya sido demasiado desaforada, puesto que todo tipo de plumas más y menos prestigiosas se han dedicado a destapar y afear las presuntas carencias de la señora en cuestión, además de mostrar la desvergüenza de creer y afirmar públicamente que tu ombligo es el centro del mundo, lo que en cierto modo significa que todos los ombligos son iguales, afirmación tan aventurada como presuntuosa y conflictiva, pues si cada hijo de vecino posee su correspondiente ombligo, también es cierto que muchos de ellos entienden que de lo que no se sabe o conoce es mejor callar. El mundo es muy grande y hay personas que tienen la curiosidad o fea costumbre de aprender e interesarse por aquello que les parece atractivo, actitud que, para quien ha decidido permanecer en la orilla remojándose los tobillos como manifestación de sus propias limitaciones reconvertidas en férrea voluntad y auténticos e inalienables derechos, carece de toda importancia o, lo que es peor, se trata de una veleidad de intelectuales -con ese tonillo despectivo que muestran los complejos de inferioridad nunca asumidos- con ínfulas que se creen por encima de los demás. Hasta ahí llega la insolente y arrogante ignorancia de muchos de nuestros coetáneos.

Pero, y es a lo que voy, no solo en las redes pueden admirarse ejemplares tan, no sé si decir desatinados o directamente estúpidos, porque, y esto es algo aún más asombroso que al parecer nadie ha tenido en cuenta o advertido, no deja de ser… (calificación; ¡uf!) que en el suplemento literario de un periódico nacional aparecieran los graznidos de una señora que se dedica a rellenar hojas con dibujos y sentencias más bien breves -al parecer anclada al personal convencimiento de que la creatividad está reñida con el esfuerzo, mucho peor si es prolongado. Desconozco los propósitos por parte de la dirección del suplemento literario a la hora de hacer saltar a la palestra a semejante personaje -igual tenía que ver con lo “alternativo”, si es que todavía existe. Pues bien, tal lumbreras revelada asegura que “leer libros enteros está sobrevalorado”, y que ella, tan fascinante como fascinada, es capaz de “a partir de un fragmento de un libro empaparse de todo su espíritu”, todo esto sin previo ni anestesia. También decía otras cosas que ahora no vienen a cuento ni merecen la pena, muy a tono con lo que más bien parecen serias limitaciones, aunque en su caso no sean tales, sino elecciones genuinas -similar a la influencer de más arriba pero mejor, porque ésta se dedica a crear (¿?).

En este caso, repito, no han aparecido alarmados ni ofendidos, que yo sepa. En lo referente a la primera señora, es cierto que a veces uno se sale del redil y acaba pisando charcos que no son los tuyos dejando a la vista tus vergüenzas, pero un error lo tiene cualquiera y, de no ser porque el charco era realmente grande, de ningún modo habría alarmado a quienes no estaban ni conocían su cuerda. Pero que un suplemento literario, en función de ignoro que postura o criterio a seguir, de cabida en sus páginas o una señora que no tiene reparos a la hora de tales afirmaciones -algo así como: se van a enterar estos de quién soy yo si creen que me van a amilanar cuatro intelectuales con el cerebro reblandecido por los libros-, es otro cantar.

En fin, que la estupidez y precariedad intelectual parece que no tienen límites, así como la magnitud de los ombligos. Porque no se trata de que una se dedique, por los motivos que sea, a esto o lo otro -es que me considero muy creativa-, sino que en una necia muestra de pedantería sea capaz de sacar los pies de mi coqueto y creativo tiesto afeando la presuntuosa costumbre de leer libros hasta el final a quienes, pobres, todavía siguen atrapados entre las tenebrosas y amenazantes sombras de la lectura, es para mear y no echar gota. Igual estas adalides de la cutrez son un objeto a estudiar -el luminoso futuro que nos aguarda- y yo aún no me he enterado.

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