De viaje

-Mamá, ¿eso es el campo? -Si. Transcurren unos segundos en los que la niña ve desfilar campo, solo campo, por la ventanilla.

-Mamá, no me gusta el campo. -¿Por qué? -Es muy aburrido.

Sala de espera casi llena a hora tan temprana, algo extraordinario si no fuera porque estamos a primeros y hoy mucha gente comienza sus vacaciones de verano -al fin. Todavía con sueño en la cara los viajeros esperan a que se anuncie la llegada del tren por megafonía. Una pareja de veinteañeros vestidos de verano, es decir, pantalón corto, deportivas, camiseta y móvil en la mano, cada cual con el correspondiente mini bolso adherido en el que guardar lo indispensable, también aguardan sentados, pero no juntos, el asiento entre ellos está ocupado por un cajón para animales que probablemente oculta alguno, al parecer muy importante porque la conversación entre los jóvenes se centra en el ocupante del cajón, del que constantemente levantan una pequeña trampilla asomándose preocupados por el estado del inquilino. No hay más tema de conversación entre ellos, y ahora se inclinan para mirar por la pequeña reja que delimita uno de los laterales. ¡Uf! Todo bien.

Debido a la afluencia de viajeros toca esperar en el andén antes de ir subiendo, con el consiguiente acopio de bolsas, maletas y maletones. En un momento determinado la cola se detiene para dejar paso a una mamá empujando un carrito enorme con dos niñas, una delante de la otra. El papá era el que esperaba en la cola, y ahora han de subir maletas, bolsas, carrito y niñas, un proceso engorroso porque el número y el tamaño, además de los viajeros que dudan y aún permanecen en la plataforma del tren sin decidirse por la dirección a tomar, complican la tarea. Tropiezos, disculpas, alguna sorpresa, o mala cara, la lógica impaciencia de los que esperan abajo y la consiguiente precipitación que hace que todo cueste el doble o que simplemente no se haga como es debido. Finalmente, las maletas se quedan en cualquier sitio, el carrito en medio -lo más comprometedor- y se opta por dejar subir al resto para luego, cuando el tren ya esté en marcha, proceder con más tranquilidad.

Localizamos nuestros asientos y saludo a una pequeña que, sentada enfrente, nos mira curiosa. -Hola. -Hola. Me responde alto y claro. Poco después aparece su mamá y se la lleva a su correspondiente asiento.

Con el tren en movimiento llega la normalidad, las maletas y los bultos donde corresponde y los viajeros en sus butacas; el papá en un asiento junto al pasillo y al otro lado la mamá con una niñita de apenas un año encima y la otra pequeña, a la que saludé, de entre tres y cuatro, sentada junto a la ventanilla. Una observación, esta otra pareja va ataviada exactamente igual que la del perro -si es que era un perro lo que contenía el cajón-, y probablemente coinciden en edad.

Llevamos un rato de viaje y madre e hija no cesan de hablar, bueno, una preguntar y la otra responder. La niña juega y dibuja en un cuaderno sobre la correspondiente bandeja, la más pequeña protesta y lloriquea porque está cansada, el ajetreo del día no es el habitual y necesita recuperar sus rutinas; un poco más tarde, cuando el llanto sea irreprimible, un chupete y el arrullo tranquilizador de mamá la sumirán en un sueño reparador. Su hermana sigue en lo suyo, entre el cuaderno y la ventanilla -aquello del campo. Pero la sorpresa llegó cuando su madre decidió hablarle en inglés, a lo que la niña contestó con total normalidad. Y así prosiguieron, sin parar de hablar, mamá variando el idioma según su criterio y la niña siguiendo la conversación sin problema alguno. Llega un momento en el que mi sorpresa se convierte en admiración por algo más que evidente, la extraordinaria ductilidad y agilidad de un cerebro infantil capaz de absorber, resolver y poner en práctica con una solvencia admirable los procesos lingüísticos que le afectan y requieren su participación. La más pequeña se despierta momentáneamente para volver a dormirse y mamá la tranquiliza en inglés; a continuación se dirige a la otra en castellano. No hay teléfonos móviles entreteniendo a las niñas, ni los han pedido en ningún momento, solo mamá y una completa atención de las necesidades de sus hijas. El único teléfono lo tiene papá al otro lado del pasillo, e imagino que buscando algo de entretenimiento.

La primera pareja no tuvo más remedio que “abandonar” el cajón en la zona de equipajes, sentándose muy cerca y levantándose constante y alternativamente para comprobar el o la… del animal.

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