A medida que transcurrían los minutos los jardines se llenaban de público aguardando la hora del concierto, o pasando la tarde, puesto que aún quedaba tiempo y el verde que nos rodeaba hacía mucho más agradable la estancia, un merecido refugio frente al implacable sol que sojuzgaba las calles y plazas de acceso al bonito y recogido recinto. Cierta animación se instalaba entre las mesas ocupadas, saludos entre conocidos, presentaciones, sillas aún vacías, las primeras conversaciones exploratorias y algunas bebidas con las que compensar el duro calor del día. Otros, sondeando previsibles o temporales ausencias, preguntaban por sillas y butacas para los suyos por venir, al tiempo que recién llegados aceleraban hacia los pocos espacios libres que quedaban.
Es cierto que no había nadie de pie, luego a pesar de las aparentes dificultades el espacio daba para todos; las planchas y cocinas se ponían en funcionamiento y el personal ya tenía con qué acompañar las solitarias bebidas. Unos tenían prisa por comer y otros preferían aguardar porque sus vasos todavía aparecían medio llenos, mejor pedir la comida con la siguiente consumición.
Tras los ajustes y ensayos de sonido por parte de los técnicos ahora ocupaba el escenario un DJ que, sin grandes alharacas, entretenía el público con una lista de relleno. Era lo que había y tampoco es cuestión de poner pegas cuando se está a gusto, en una mesa en primera línea y provisto de vituallas con las que entretener la espera. En estas comencé a barruntar que el espacio que nos separaba del escenario probablemente se llenaría de público en pie que preferiría disfrutar del concierto junto a los músicos que adivinarlos desde más atrás. Pero de momento era pronto, no había nadie por delante, casi había oscurecido y aquello parecía que no admitía más asistentes, aunque, entrevisto el paseo de acceso, la gente seguía acudiendo sin prisa ni pausa.
Llegó la hora del concierto y los músicos ocuparon sus lugares, el espacio entre nuestra mesa y el escenario se fue llenando de gente, tal y como supuse, y nosotros aguardamos a que al menos el sonido fuera decente para disfrutar de la música sin trasladarnos de lugar. Todo funcionó, la música se oía estupendamente y gracias a la distancia disponíamos de algunos huecos entre los aficionados por los que ver a los músicos. Pedimos algo de comer, era el momento.
Detrás de nosotros discurría un pequeño muro protegido por una línea de arbustos que impedían el acceso del exterior, aunque hay que hacer constar que al otro lado de muro y arbusto había una caída a plomo de unos siete u ocho metros hasta una vía con bastante tráfico, luego el acceso era completamente imposible. La zona se utilizada como pasillo para moverse entre el escenario y los puntos de venta de comida y bebida, evitando con ello un incómodo surfeo entre mesas que en última instancia te llevaba al mismo pasillo en su parte final.
Había de todo, grupos de jóvenes vestidos de jóvenes, mayores más pacientes y mucha gente de mediana edad en parejas y grupos que charlaban sin perder detalle de lo que sucedía alrededor. Hombres bien vestidos y mujeres elegantes, y muy elegantes, tal que imposible tocarlas sin estropear lo que tanto parecía haber costado. Mirarlas sí, y eso lo sabían.
Se levantaron de una fila de butacones bajo una pérgola que, con la noche, había perdido su función, lo que no impedía que diera un toque de intimidad a los grupos que se ubicaban bajo sus telas, una con un vestido amarillo de corte elegante y unos zapatos de tacón a juego, la otra embutida en un sugerente vestido-pantalón negro con tirantes que se pegaba a su cuerpo como una segunda piel. No hace falta mencionar el aspecto y la impresión que causaban en todo aquel que tropezaba o se cruzaba con ellas, inconsciente o intencionadamente. Los teléfonos móviles en la mano.
Iniciaron la sesión cada una por su lado, separadas un par de metros, con unos primeros selfis que pretendían captar el ambiente de la ya noche, de frente o de espaldas al escenario, también con el bullicio de las mesas como fondo o la oscuridad de los arbustos contra la inevitable luz del flash como contraste. Gestos, labios, ojos, miradas, cabello, desde arriba, desde más abajo, sonriendo, lanzando un beso a la cámara, serias, con un mohín cómplice o a la espera de… Todos y cada uno de los gestos y posiciones posibles con un teléfono en la mano como referente desfilaron por sus rostros. Rondarían la cuarentena, o sea, unas mujeres.
Pero lo mejor comenzó cuando, al fin satisfechas de la primera e individual sesión, dio comienzo la segunda, en la que una hacía de modelo y la otra la enfocaba, situaba, recolocaba, le mostraba cómo, rectificaba, incidía en el cabello, ahora hacia atrás u ocultando una parte de la cara; o directamente de espaldas a la cámara. Le hacía modificar las posiciones de pies y piernas, experimentaba con los perfiles, o a contraluz, repetía porque algunas tomas podían mejorarse, obligaba a unos pasos o a pequeños movimientos secundarios que debían quedar grabados, correctamente, por supuesto; más sonrisas, ahora con más realce, más incisivas, o desafiantes, inclinando un poco la cabeza sin parecer altiva, o reflexionando con la mirada fija en alguna parte del suelo sin que el gesto denotara abatimiento o derrota, nada de eso. Se trataba de ensalzar e intrigar tras una belleza que se daba por supuesta, y supongo que deseable.
Primero una y luego otra, esta última, la de la prenda oscura, el doble de tiempo que su amiga. Más dócil y obediente ante los constantes requerimientos y rectificaciones de la mujer de amarillo, mucho más exigente con el resultado final, al menos si era ella la que tenía la última palabra. Sin olvidar la generosa colaboración de su amiga que, lejos de molestarse o protestar y sabedora de lo que se estaba jugando, se movía, subía o bajaba la cabeza, se adelantaba o retrocedía o hacía como que caminaba sin perder el temple y la sonrisa, sosteniendo un atractivo gesto de interés o mostrando intrigante indiferencia. Qué mejor que tener de tu lado a quien bien te quiere y desea que tu belleza resalte por encima de cualquier otra cosa.
El concierto está en todo su apogeo, la gente baila y aplaude y se lo pasa estupendamente.