La decisión

A estas alturas creo de sobra conocido el enorme partido de tenis jugado el pasado domingo, día 8, en París, basta con haber hojeado la prensa, también vale solo por encima, durante estos últimos días; y si el lector es aficionado habrá podido explayarse a gusto entre crónicas, comentarios y firmas, más o menos ajenas o reconocidas, ensalzando el exuberante derroche físico y mental que pusieron en juego ambos jugadores durante las cinco horas y media que duró el enfrentamiento. En la totalidad de las referencias de prensa sobre el encuentro, da igual si vistas o leídas, prima la celebración de haber tenido la suerte de asistir, o compartir en directo, un acontecimiento único, tanto deportivo como humano.

Hito histórico -coletilla obligada- en mano y boca de muchos periodistas que poco o nada más tienen que decir, o saben, frecuentemente con inclinación a una prosapia engolada y ampulosa, siempre excesiva, con tal de dar relevancia a su trabajo, la repetida, manida, implacable y efervescente competencia entre jóvenes recién venidos al mundo, da igual el deporte o la actividad a la que dediquen su tiempo, que saben poco de vivir y ya comienzan a ser utilizados por el sistema para generar infinitos beneficios económicos, de los que ellos reciben las correspondientes migajas.

Fueron, por tanto, innumerables, tal vez miles, las loas y felicitaciones ante tal demostración de las capacidades del cuerpo humano; suceso irrepetible, extraordinario, casi divino, extraterrestre, etc. Algo que solo el deporte, y precisamente ese deporte, el tenis -como sucede con todos-, puede concitar. Y qué decir del público asistente, qué oportunidad única de disfrutar en directo, es cierto que junto a millones de televidentes, de esas cinco horas y media sublimes, del extraordinario despliegue físico y mental que durante ese periodo de tiempo se exigieron los dos jugadores en función de la increíble exhibición que estaban llevando a cabo.

Pero tras este inmarcesible y empalagoso despliegue de zalamerías y alabanzas, que, ojo, en ningún momento soy yo quien para minusvalorar o despreciar porque creo que fue tal y justo merecedor de todas y cada una de las felicitaciones, se me ocurre una idea: que hubiera sucedido si Sinner y Alcaraz, tras el empate a seis del último set y antes del juego decisivo, hubieran decidido, de mutuo acuerdo, dar por terminado el partido, retirarse como merecido gesto de aprecio, recíproca admiración y recompensa por el esfuerzo y el gigantesco derroche físico y mental puesto en juego. Qué mayor respeto y tributo hacia el contrincante que pactar tablas sin que obligatoriamente tenga que haber un derrotado, un vencido. A fin de cuentas el partido, como cualquier experto afirmaría sin ningún género de duda, se resolvió por pequeños detalles que ninguno de los dos jugadores pudo controlar al ciento por ciento -el que una pelota bote un centímetro antes o después de la línea es algo impredecible, no voy a decir completamente azaroso, pero la fuerza y precisión del golpe que pone en juego el jugador es imposible que sea calculada o medida con completa exactitud.

Ellos dos, en todo su derecho como humanos reconocedores del esfuerzo y el desgaste exhibido, deciden que en lo que a ellos respecta no tienen nada más que decir y demostrar, y lo de derrotar -en muchos casos hundir al otro, dejemos a un lado lo de en buena lid- precisamente en ese día no va a ocurrir. Trasladan a otros la responsabilidad de decidir en consecuencia.

Hubieran sido obligados a finalizar el partido -manteniéndose ellos en su posición a toda costa-, descalificados -alguien, después de lo visto, se hubiera atrevido-, expulsados del torneo (¿?), de la ATP, sancionados; pero el torneo francés este año no habría tenido ganador, eso sí que hubiera sido todo un acontecimiento para el que no se me ocurren comentarios. Cómo habrían actuado los seguidores, aduladores y admiradores de toda procedencia, seguirían siendo sus héroes, ejemplos vivos del talento y las capacidades humanas, o los despreciarían por romper las reglas del juego -porque no lo olvidemos, solo se trata de un juego. Qué mayor muestra de estatura moral, de magnanidad, de nobleza, probablemente irrepetible y tan humana, o más, que cualquier competición; cerrar su pequeña y reciente historia haciendo historia que mostrar al mundo, ambos jugadores, eso sí que sería digno ejemplo de merecida y futura admiración.

Y el público, hubiera aceptado esas tablas, si tan emocionados estaban por lo visto, qué mejor recompensa que compartir el premio, qué magnífica celebración, irrepetible, y encontrarse precisamente allí. O habría quienes protestarían, e incluso exigirían la devolución de su dinero, porque ellos quieren ver un ganador y un perdedor, para eso han pagado. ¿Qué gusta más, el deporte o la competición? ¿la satisfacción de un vencedor y un obligado derrotado? ¿Por qué no cambiar las reglas por un día y hacer algo excepcional si la ocasión lo merece? Ya se encargarán quienes controlan el negocio deportivo a nivel mundial de crear unas nuevas reglas que en el futuro impidan decisiones semejantes, pero siempre sería después de, de aquel momento histórico.

Esta entrada fue publicada en Uncategorized. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario