Reencuentros

Hay circunstancias desgraciadas que convocan a quienes desde no saben cuánto dejaron de verse y tratarse, familiares y amigos entre los que el tiempo suele hacer de las suyas, como por otra parte es normal y sin que necesariamente haya por medio ninguna situación problemática o directamente conflictiva. Y en esos reencuentros toca bregar con una extraña distancia entre quienes en otros momentos, siempre pasados, convivieron y compartieron edades, situaciones y emociones que en muchos casos acaban alojadas allí donde la memoria suele encontrarlas cuando menos se espera, provocando una sonrisa, cierta añoranza o tristeza -también indiferencia, desprecio e incluso alivio- por lo que en apariencia se ha perdido con el paso del tiempo y tal vez no hubiera debido ocurrir. Pero ahora es tarde, siempre es tarde y esas personas que hoy se miran a la cara probablemente no sean las mismas, o tal vez nada tienen nada que ver con aquellas que tanto compartían o se lo prometían tan felices.

Tampoco se trata de mejor o peor, ocurre habitualmente, y quizás haya que añadir que afortunadamente, puesto que la vida pone a cada cual ante situaciones en las que la decisión personal es la primera, y puede que única, opción. Toca decidir y decidimos, y como en toda decisión sobrevienen unas consecuencias que en algunos casos no eran deseadas, aunque sí inevitables. Los caminos comienzan a separarse, intentando mantenerse más o menos unidos o en contacto durante los primeros momentos, días, meses, años; hasta que otras ocupaciones, otras coyunturas igual o más decisivas si cabe, además de la aparición de nuevas personas, van complicando lo que en primera instancia parecía, si no fácil, si aparentemente no muy complicado de llevar. Siempre se trató de caminos distintos, aunque en el fondo nadie quisiera mencionarlo o tenerlo en cuenta, y en esos casos los proyectos y planes a largo plazo no siempre son convenientes -además de que casi nunca importan-; se vive en presente.

Entonces, ¿qué se dicen estos que ahora se miran a la cara cuando, frente a frente, inconscientemente buscan en el rostro que tienen delante rasgos, gestos y lugares de entonces en los que acomodarse mientras la conversación balbucea sin saber muy bien hacia dónde encaminarse? ¿o prefieren no mirarse? En estos casos siempre se juega con cierta incomodidad, o inexperiencia –por otra parte bienvenida por lo que extrae de nosotros sin premeditación ni alevosía-; la charla sale adelante no sin cierto embarazo, con silencios más bien inexplicables, o salvadores, errores de bulto y las novedades apoyadas por gestos reconocibles, algún recuerdo común y la buena marcha de lo que fue o parece importante. Y la conversación logra mantenerse en pie aunque inconscientemente sigue prevaleciendo un pasado que por momentos parece enturbiarla, quizás demasiado, o en exceso.

¿Quiénes son estos que ahora se miran? ¿de qué pueden hablar que no sea pasado? ¿les sigue interesando? ¿Se siguen interesando si es que queda algo aprovechable entre los recuerdos? Creo que no hay respuesta posible. Ni hace falta. Estos nuevos desconocidos, cara a cara, son y no son, que es de lo que se trata; se sostendrán mutuamente el tiempo indispensable y volverán a cerrar nuevamente la puerta.

Obligados por estos tropiezos tan embarazosos como inevitables generalmente se intenta hacerlos pasar rápido y sin heridos para regresar a la senda propia, por pura comodidad, también por apatía, desinterés, caminos y vidas opuestas o por cobardía; maniatados por una serie de rigideces que quizás tengan que ver con la edad pero que no deberían hacer presa en el cerebro, sin embargo lo más difícil. Se trata de oportunidades perdidas para las que no es necesario introducción, siempre y cuando se salve el primer obstáculo, que suele ser uno mismo. Porque siempre es mejor tener a alguien a quien pedir o ayudar que regresar a las lagunas de la memoria.

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