El día -el giro del planeta sobre sí mismo, uno más- siempre fue antes que el domingo, que no deja de ser, en nuestra impaciente necesidad de nombrar para después referirnos a todo lo que nos rodea, un nombre como otro cualquiera. Aunque en este caso el nombre ya lo dice casi todo, y desafortunadamente contiene más referencias negativas que positivas, lo que no impide que siga siendo un día más, y además festivo. Caminamos en otra tarde convertida en el inevitable preludio de una nueva semana, de días exactamente iguales, que suele venir cargada con las previstas condenas particulares, impuestas o elegidas, de cada cual.
Es tarde de domingo y el invierno hoy nos concede un tiempo amable que invita a salir y dejarse acariciar por alguna que otra brisa y un sol generoso que colorea todo lo que descubre. Lo que explica que las calles luzcan repletas de gente en un ir y venir que tiene más de asueto y disfrute que de tarea obligada, ni siquiera viaje. Da lo mismo la esquina o el lugar, si la calle es o no importante, si alberga más o menos establecimientos de ocio y comercio o se trata de una travesía de paso generalmente poco concurrida. Estamos en todos sitios.
Nos solazamos igual de solos que de costumbre y a la vez más acompañados que nunca, y si preguntáramos a cualquiera cómo influye ese gentío amable y la plácida animación que rezuma y nos envuelve incluyéndonos probablemente no sabría decir qué o cómo, pero lo que es seguro es que ese concurrido y compartido deambular común influye e importa, y creo que mucho, en nuestro risueño y placentero estado de ánimo, tanto particular como general. No se ven prisas, las indispensables y momentáneas en función de una decisión imprevista, un capricho, una ocurrencia de última hora u otro entretenimiento que en aquel momento nos parece tan interesante como apetecible.
No necesitamos referentes, ni aspiraciones, ni envidias, guías, motivos, planes u objetivos para estar donde estamos y hacer lo que hacemos, o no hacemos. Pasearnos en el interior de un nosotros sintiéndonos felices de estar aquí y ahora. Da igual la lentitud, las interrupciones o los tropiezos de camino a la contemplación desde la altura de la ciudad, con sus enormes espacios verdes y el sol de fondo, cuando todavía se escuchan los improvisado grupos de baile que dejamos más atrás, centro de un enorme círculo de curiosos sin prisas; poco después de ese otro baile de mujeres jóvenes sin nada de improvisado, todo lo contrario, calculadamente planeado para ser grabado y luego colgado donde corresponda, porque importa el aquí y ahora. Persisten las mil formas de ganarse amablemente la vida, con un disfraz, con una cámara que se pretende antigua, unas botellas de agua, un único selfi de trescientos sesenta grados indolentemente observadas por esos otros tumbados en el césped dejando que el sol acaricie la charla, o el grato y compartido silencio. Un músico improvisado toca un violín tan viejo como él al tiempo que es evitado por otro grupo discutiendo el próximo lugar al que dirigirse en función de la información que les ofrecen sus teléfonos móviles. Numerosas y sonrientes parejas cogidas de la mano mirando de reojo la paciente y concienzuda confección de un futuro book, foto a foto, de una joven maquillada y vestida a conciencia, una actividad que requiere toda su atención y belleza. Familias tan bien pertrechadas como cansadas arrastrando a unos niños que necesitan algo más tangible que llevarse a la boca, y no precisamente alimento, tanta bonanza vacía les aburre. Familias de emigrantes en su tarde de asueto, ahora juntos y sin tener claro dónde ir en la víspera de otra agotadora y extraña semana en la que también dejarán de reconocerse.
Ese sol a punto de ponerse no sería nada sin nosotros -es cierto que nosotros tampoco sin él- porque entonces nadie ensalzaría su necesaria existencia y le agradecería sus caricias, ni lo observaría concienzudamente, del derecho y del revés, dudando si alcanzarlo para luego reconocer que eso no sería posible. Pero en estos momentos no es necesario, porque a todos los que nos movemos en esta tarde de domingo nos basta con el amor y el dulzor de su luz para ser felices.