Con el nuevo año suelen venir los resúmenes y las valoraciones, también acuden a la memoria algunos recuerdos y situaciones que, ya ocurridas y por lo tanto sin vuelta atrás, pudieron haberse dado de otro modo y en algunos casos no terminar como terminaron, no muy bien. La reacción por ambos lados fue la de dejarlo pasar, no detenerse para hablar y explicarse -o explicarme-, si fuera el caso. En definitiva, no molestarse ni interrumpir a quien no desea ser interrumpido, ni aclarar lo que quizás no tiene una explicación compartida, ni solución -por parte de alguno de los lados. Frecuentemente por cuestiones personales como sinónimo de incomprensibles, de las que no hay que dar explicaciones porque quizás serían difíciles de entender, ya no digo aceptar; una situación que procuraría más incomprensión y malestar que soluciones.
Habrá un momento para aquellos amigos que desaparecieron de improviso, sin motivo ni discusión en principio importante como para tal desenlace, de pronto ausentes sin que supieras la causa, tan evidente que, al tropezarnos por la calle, tocaba por la otra parte un saludo más bien forzado que no dejaba para mucho más, hola y adiós. Quienes, pasado un tiempo, volvieron a aparecer algo más tranquilos, o relajados; siempre una suposición porque puede darse el caso de que nunca supiste qué sucedió. Sin embargo, algunos intentaron reanudarlo donde se quedó -pero menos-, o eso creíste, pero tampoco, porque en la siguiente conversación no hubo ni rastro de lo que al parecer nunca sucedió, y no tenía ningún sentido regresar a lo que nunca existió.
También están quienes se molestaron por algo que hiciste y en lugar de pararte, hacerte sentar y preguntarte, puesto que de amigos se trababa, comenzaron a vociferar y acusarte a tus espaldas de no actuar como es debido, de cometer o decir cosas que no deberían ser dichas y que, de hecho, suponían una grave alteración del normal transcurso de los acontecimientos. Es decir, dieron un portazo y se alejaron con unas razones propias, ofendidos incluso, pero incapaces de llamarte al orden cara a cara, puesto que, repito, de amigos se trataba. Hasta hoy, que vuelves a cruzarte con ellos y se comportan o fingen que todo sigue igual; al menos eso es lo que uno cree, aunque puede ser que la ofensa fuera de tal calibre que no existe acto o gesto humano que pueda, ya no explicarlo, si es que hay algo que explicar, sino subsanarlo.
O quienes, también amigos -sobre el papel-, se dejan calentar la oreja por lenguas no muy legales, hasta el punto de que acabas convertido en el malo de la película sin que te pregunten si sabías de la película, asististe o hiciste algo que molestó al público, hasta tal punto que tu propia imagen quedó por los suelos -siempre según ellos y su sorpresivo y crítico punto de vista. Pero parece ser que no fue motivo suficiente para, como debería, requerirte cara y cara y preguntarte, algo tan sencillo pero al parecer tan difícil.
Sin embargo, y afortunadamente, también están quienes cuando surge un problema personal, o con terceros comunes y cercanos, no tardan en llamarte, hacerte sentar, explicarte lo que sucede y requerir tu opinión, mejor aún, cómo ven ellos lo que está sucediendo y en qué modo les afecta y nos afecta, y si es mucho y grave, incluso oneroso. Una excelente actitud -entre amigos- que acaba prevaleciendo cuando hablamos de tales, sin rehuir el intercambio y ni mucho menos las preguntas, nunca inconvenientes.
No sé si estas reflexiones tocan ahora o siempre, justo en su momento. El caso es que, independientemente del lado en el que nos hallemos, pensar tanto en uno mismo tiene el inconveniente de que probablemente los demás, sobre todo si los consideramos amigos, siempre tienen algo que decir.