Dejándose ir

Ahora que el verano comienza a declinar otras actividades, temporalmente suspendidas, se reaniman, como si el verano fuera un tiempo vacío en el que estamos pero no ejercemos, y hemos de recuperar aquel carácter y tensión que dejamos a un lado al principio porque tocaba -siempre hablando del hemisferio norte, que afortunadamente no es el centro del mundo aunque lo pretenda. Vuelven las poco o nada gratas -algunas despreciables- actividades de siempre con las que ir desgastándonos un poco más, incluso nos dicen que con fuerzas renovadas por nuestra parte, pero eso no es cierto, ni las fuerzas ni la actividad por sí misma sirven si el sujeto se dedica a repetir como un autómata los mismos parámetros que manejaba cuando la dejó; también regresan aquellos proyectos que nunca fueron tales pero que dimos en llamar de ese modo porque nosotros también los teníamos, y hasta nos hacían ilusión. Hasta hoy y sin saber cómo, ni preguntárnoslo, hemos vuelto a pasar por este estío que tiene los días contados como sonámbulos a merced de ese pulso general, casi perentorio, que nos regula y que alguien fijó, no sabemos cuándo ni cómo, porque para aquél las cosas debían de ser y transcurrir de ese modo. Pero seguiremos sin hablar con quien hace  tiempo que no hablamos, volviéndonos a mirar a la cara casi como desconocidos, incluso con desconfianza, todo por no hablar, prefiriendo pasar sin decir antes que responder, no sea que la inconveniencia de la pregunta remueva más de lo debido; incapaces de reconocer que sin respuesta no es que no haya pregunta, sino que tampoco somos nosotros.

No obstante, nos gustará creer que nuestras cabezas no han parado durante este tiempo, y así lo aseguraremos si es preciso; pero viene a ser lo mismo que hablar del corazón, nadie se preocupa por él porque siempre está ahí, funcionando, como un desconocido del que solo nos acordaremos cuando su nota no sea la adecuada y entonces sintamos, hasta preocuparnos, ese órgano que llevamos sin peso ni reconocimiento.

Admitimos el verano como descanso porque preferimos no discutir, tampoco preguntar, no sea que con la pregunta quedemos en evidencia demostrando con ello que nuestro paso no coincide con el del resto de la tropa, y entonces sí que estaremos listos, bueno, igual que siempre, solo que entonces se nos verá plantados ahí en medio, como tontos, sin saber qué dirección tomar. Más fácil no decir nada, cero preguntas, porque no tocan, no nos apetece o por temor -que solemos disfrazar de orgullo-, reincorporarse a la corriente general diluyéndonos en una confortable irrelevancia que no nos exige abrir la boca, excepto para respirar.

Siguen quedando nombres a los que preguntar, antiguos y nuevos, pero lo difícil sería requerirlos, demasiado complicado, ¡uf! Por lo que seguiremos buscando resquicios entre los que escurrirnos como prevención a vernos las caras y no saber qué decir, como de costumbre; sonreírnos por educación, o por vergüenza, y hasta luego. Y ante cualquier pero intempestivo -siempre hipotético, no es necesario preocuparse- no faltarán argumentos y justificaciones listas para poner sobre la mesa con la excusa de que hay muchas cosas que hacer y nunca disponemos de tiempo para detenciones o respuestas, cada cual enredado en lo suyo -real o ficticio. Luego yo también he de hacer lo mismo si quiero parecer tan educado como respetuoso.

Desconozco cómo nos tratará el paso del tiempo, por dónde y en qué circunstancias, ojalá que felices y satisfechos con lo que llevamos entre manos, o arrastramos, también con nosotros mismos; y espero que sinceros, sin rencores ni resentimientos, ya no digo en mano de odios en permanente supuración. Que dispongamos de la paz suficiente para permitirnos dormir sin pesadillas, sin necesidad de autoconvencernos para ello o escondernos; ni alterarse o descomponerse con una sola presencia. Ni salir corriendo porque igual se nos caía la cara de vergüenza si nos pararan y preguntaran. Además, qué le importa a nadie; prima mi voluntad -esa gran desconocida- y la seguridad de que siempre tendré a los míos para refugiarme en caso de peligro -¿qué es peligro?-; con todo el derecho, porque me soportan y no preguntan, y hasta me quieren porque soy importante para ellos, incluso me necesitan y eso me hace feliz, útil, vivo, lejos de las preguntas, aunque en el fondo siga sin saber por qué o para qué.

Esta entrada fue publicada en Uncategorized. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario