Recién comenzado el verano según el calendario aparentemente todo sigue igual, en nada hemos cambiado, o si, porque ya no somos los mismos del año pasado aunque sigamos apegados a las mismas rutinas, como si el transcurso del tiempo de un modo u otro nos hubiera sorprendido, algo que en el fondo siempre sucede, porque llega un momento en el que ese trascurrir nos pilla con el pie cambiado, y más que decidir voluntaria o conscientemente nos vemos obligados a hacerlo porque sencillamente el tiempo pasa. Es como el impuesto de la renta, todavía estás pensando en por qué pagaste tanto o no te devolvieron más cuando tienes la siguiente campaña a días vista. Y lo que eran planes a partir de lo hecho se convierten en movimientos casi espasmódicos por cumplimentar la nueva papeleta que tienes delante. Y eso para quienes paguen impuestos.
No es que esperáramos el verano de este año de forma especial o por algo en particular, o tal vez sí, y me alegro de que todavía seamos capaces de ingeniar algo más que la tramitación de una periódica rutina sobre la que nos movemos más por inercia que por propia voluntad. En algunos casos se aparcaran problemas que ahora consideramos importantes pero sobre los que no nos atrevemos a una última palabra, luego bien venido sea este periodo en suspenso para reflexionar, o no, sobre lo que probablemente ya teníamos una decisión forjada. Quizás es mejor darse una segunda oportunidad antes que pensar que la decisión fue precipitada, no por nada sino porque quizás se necesitaba algo más de tiempo para corroborar lo que ya intuíamos. Pero eso nunca lo sabremos, como habitualmente sucede; no es que precisemos más tiempo sino que nos gusta creer que lo controlamos, que todavía tenemos potestad sobre nuestras días y nuestras decisiones.
Habrá vacaciones, y puede que este años sí sean especiales, por los lugares, la compañía, las experiencias y unos nuevos recuerdos que tal vez se instalen en ese lugar de la memoria donde se atesoran los momentos especiales, siempre a posteriori, porque ocurrió que entonces y sin saber muy bien cómo estábamos algo más sensibilizados o receptivos, o enamorados, o especialmente felices porque se cumplían sueños y anhelos por fin materializados en una realidad que casualmente pasará a ser parte de nosotros, mejor dicho, a ser nosotros. Aquello que mañana nos apetecerá contar porque fueron tiempos en los que las cosas fluían de una manera especial. Y puede contarse porque, aunque también se dieron momentos y situaciones corrientes e inconvenientes, y hasta desagradables, la cuestión es que en conjunto aún permanecen y el paso del tiempo ha ido adornándolas con una aureola que en el presente significa mucho para mí.
O puede que no haya vacaciones, por múltiples motivos y no siempre malos o desafortunados. Porque esto de vivir no son cartas marcadas y sí tiene que ver más con una incertidumbre y un azar que afortunadamente nunca controlamos, incluido que ese mismo azar a veces nos putee de mala manera, en alguna que otra ocasión hasta hacer mucho daño, sobre todo cuando carecemos de la experiencia necesaria para sufrirlo o sortearlo, experiencia que probablemente tiene más que ver con nuestro carácter y predisposición que con nuestras habilidades, a lo que añadir ese punto de paciencia indispensable para inventarse esos segundos esperanzadores, a favor o en contra.
Por eso siempre es mejor despojar los momentos de toda trascendencia o solemnidad, tomándolos tal cual, viviéndolos, también en verano y cuando precisamente no estábamos preparados, como jamás lo estaremos para lo que no esperamos porque en un principio ni siquiera sabíamos que pudiera suceder o existir. Sin embargo, puede que entonces, en el último momento y a partir de no sabemos qué, surja un destello que de contenido y cierre mágicamente ese círculo que tampoco sabíamos que aguardaba ahí, listo para cerrarse. O quizás lo más acertado sea poner en práctica la socorrida prudencia que, instantes antes de dar el paso, hará que aquello que en un principio pintaba borroso o incluso oscuro ahora resplandezca, mucho mejor después de haberlo solventado como protagonista, eso es lo principal, sin sorpresas, o las inevitables, también las que nos pillaron a trasmano. Supimos qué hacer y lo hicimos bien, lo que no quiere decir que en la siguiente ocasión actuemos y salga de la misma manera. Pero eso tal vez en otro verano.