Europa

Tras las últimas elecciones europeas el panorama político internacional parece haber variado, aunque nadie sabe exactamente hacia dónde. Gracias a la sorprendente norma electoral de una persona un voto, sin porcentajes ni correcciones torticeras de ningún tipo, y el correspondiente automatismo de tantos votos tienes a tanto llegas han podido acceder al parlamento europeo gente que nada tenía que ver con la política, todo lo contrario, sino que renegaban de la política y los políticos. ¿Y ahora qué? Tipos que se inscribieron en estas elecciones imagino que apoyados en unas redes sociales que vienen dejando a toda la parafernalia decimonónica de arengas, actos electorales, mítines, concentraciones, proclamas, discursos públicos y actos multitudinarios más desfasados que el tamtam.

Ahora, los nuevos parlamentarios, aupados en muchos casos por personas a las que la democracia les importa más bien poco y se mueven en función de cabreos y emociones que tienen más que ver con un día a día mediatizado por la desmemoriada inmediatez las redes sociales, tendrán que adscribirse a unos planteamientos políticos que probablemente desconocen por completo, y no sé si les importan. Sentarse entre una aristocracia política habituada a unas formas rígidas en las que no cabe la innovación o los puntos de vistas alternativos. Entender, si pueden, el funcionamiento de un gigantesco entramado burocrático alimentado por una infinidad de funcionarios y expertos que en la mayoría de los casos han hecho de su trabajo su vida, poco dados a las novedades y los cambios a costa de unas rutinas que tramitan casi sin darse cuenta, una sucesión de gestos y firmas diarias que ejecutan con los ojos cerrados. Personal agarrado al puesto como si no hubiera mañana, tardos en entender que las instituciones han de cambiar a medida que la gente que las sufre cambia, nos guste o no; porque para instituciones y organismos permanentes ya está la iglesia y su vaporosa transcendencia. Las cosas terrenales deben, o deberían, moverse de un modo más sencillo, según las vidas y pensamientos de las personas que justifican su existencia y funcionamiento.

Puede darse el caso de quienes no sean capaz de adaptarse y aceptar encajar en semejante dinosaurio burocrático, con sus tiempos y lentitudes, con sus sobreentendidos y aquello de esto no puede ser porque no puede ser, y punto. Otros cargarán con la apuesta, o desafío, surgida de un malestar general que ellos tuvieron la ocurrencia de capitalizar más de forma destructiva que constructiva, entonces ¿qué van a hacer ahora? Otros desertaran no sin antes sacar un buen pellizco que les aclare, o solucione, el futuro. Otros, en cambio, no tendrán dificultad en adaptarse y hacer de esta nueva labor su propia vida -en el fondo lo estaban deseando-, e incluso convertirse en otro funcionario con tendencia al parasitismo y la comodidad, también económica, que el cargo proporciona. Entre esta “savia nueva” también se mueve un gentío reaccionario que nada pretende aportar, sino solo destruir por destruir porque, en definitiva, no se sienten beneficiados, que no partícipes o integrantes; sin nada que proponer a cambio, en todo caso la vieja cantinela de que antes vivíamos mejor, ¿cuándo? Las cosas lucían más claras, mandaban los de toda la vida y el resto asentía sin rechistar a todo lo que los elegidos e iluminados por una especie de clarividencia divina recetaban.

Pero hay una cuestión importante directamente relacionada con las escleróticas y envejecidas burocracia y estructuras que mueven la UE, también con los distinguidos funcionarios, funcionarias, parlamentarias y parlamentarios que la mantienen en pie, y se trata del enorme presupuesto que manejan y distribuyen y cómo afecta a una población que poco o nada puede hacer a la hora de asumir y sufrir los cambios en sus propias vidas que tal reparto económico monopoliza. Porque al margen de irritados, tocapelotas y reaccionarios acomodados, hay algo más que una mera cuestión entre lo viejo o lo nuevo, mucha gente que sin poder hacer nada, y queriéndolo o no, ven sus propias existencias beneficiadas o perjudicadas, zarandeadas, bendecidas, atropelladas o destrozadas por cuestiones tan lejanas que se antojan cuasi divinas, inalcanzables y sin embargo tan reales como el pan de cada día. Por otra parte los nuevos no dejan de ser eso, nuevos, otros que lo mejor que podrían hacer, en lugar de lanzar proclamas vacías, difundir denuncias falsas o intentar retomar estructuras medievales que jamás fueron mejores que lo que tenemos ahora -nos guste o no-, sería procurar que una gran mayoría de europeos puedan vivir mejor.

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