Deterioro

El médico fue preciso y claro, de permanecer las condiciones actuales no tenía sentido mantener el cuerpo con vida artificialmente, además, la enfermedad degenerativa no iba a remitir, todo lo contrario, iría poco a poco minando las pocas reservas que todavía le quedaban a aquel vestigio vivo de una persona que, sin embargo, ya no era; nada que ver con su propietario, su pensamiento y carácter que, de seguir aún activo y presente en aquella pequeña concreción humana, probablemente maldeciría lo que no está escrito contra quienes son capaces de permitir la prolongación de semejante crueldad. Era una cuestión de la familia decidir si mantenerlo anclado o dejarlo descansar en paz hasta que se agotaran sus últimas fuerzas.

La valoración médica fue ampliándose en referencia hacia el inevitable agotamiento físico y fisiológico propio de edades longevas, situaciones en las que el cuerpo ha consumido casi todos sus recursos y ya no dispone de medios ni reservas -por pura prescripción genética- para permanecer vivo. No se trata de cuestiones accidentales o secundarias, sino que el propio organismo siente que va llegando al límite. Ya no es cuestión de voluntad, puesto que la situación y el próximo desenlace nada tienen que ver con la voluntad o la razón y sí con el amor, pero con el amor capaz de entender que es hora de dejar partir.

Somos capaces de soñar, imaginar, idealizar, crear, construir e incluso hacer reales infinidad de sueños, ideas y proyectos fraguados a partir de esa parte de la “fisiología humana” que todavía no dispone de un nombre satisfactorio y definitivo, aunque sí lugar, el cerebro. Espíritu, alma, razón, aliento, maravilla de la evolución, don divino, etc. Cuestión que sigue y seguirá abierta motivo de controversias, disputas, reyertas, guerras y atrocidades sin fin a la hora de hacer prevalecer una versión que, en puridad, nadie puede esgrimir como verdadera, si es que el término verdad tiene algún sentido en este caso.

Pero no voy a derivar estas letras hacia cuestiones ideológicas, religiosas o políticas que generalmente suelen aportar más violencia, falsedad e intriga que cordura o humanidad, sino hacia el propio cuerpo, ese sustrato físico que, nos guste o no, nos soporta y nos hace, por quien somos y estamos y sin el que hasta a día de hoy es completamente imposible que seamos o hayamos sido. Un cuerpo que nos define e identifica desde nuestro nacimiento, que poco a poco aprendemos a reconocer a la hora de convivir, cuidar, respetar y llevar hacia adelante con prudencia y sabiduría; así como, en el caso contrario, nos sentimos incapaces de reconocer e incluso odiar, despreciar, maltratar, explotar, exprimir, deformar, mutilar y mil cosas más, exponiéndolo y humillándolo como víctima propiciatoria de muchos de nuestros complejos, carencias y limitaciones.

Como paradoja de este embrollo resulta que ese mismo cuerpo que mantiene viva y latente nuestra mente, nuestro espíritu y razón, es en muchos casos el mayor perjudicado de las limitaciones y errores de esta última, hasta el punto de que sin cuerpo no habría mente denunciante o acusadora de aquel que hace posible tanto la denuncia como la acusación. Y no deberíamos olvidar que es ese sustrato físico el que quizás un día ponga los límites en contra de una mente aún vigorosa y repleta de proyectos y esperanza. Quizás entonces nos acordemos del trato que le dimos, por qué y con qué sentido, si nos equivocamos o, en cambio, supimos vivir en paz y respetándonos mutuamente, porque, hasta hoy, esta simbiosis casi perfecta es lo que somos.

Esta entrada fue publicada en Uncategorized. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario