Si Valle levantara la cabeza y viera lo que sucede cien años después en el mismo país que criticó, denunció y satirizó con su obra probablemente no se encogería de hombros, ni soltaría un ya lo dije o un no tenemos remedio. Lo que sí sentiría sería una profunda tristeza porque sus paisanos todavía sigan anclados en comportamientos y supersticiones que ya ni dan para contrareformistas. Que una parte del país siga detenida en Trento y su provinciana y violenta intransigencia da para algo más que unas letras, o no, puesto que hay cosas que, efectivamente, no tienen remedio.
Viene esto al caso de la, no se si noticia o auténtico sainete carnavalesco, decisión judicial de permitir el rezo ante la sede del PSOE madrileña. Porque esperpento ya lo es un juez capaz de dedicar su tiempo a semejantes menesteres, probablemente un “señoro” de escasas y santas luces, arrogado de una especial luz divina, que considera tan importante como crucial tan estrambótica decisión. Como si afortunadamente no viviéramos en un país libre en el que cada cual puede deambular por dónde la apetezca y hacer casi lo mismo, siempre dentro del consiguiente orden de no hacer a los demás algo que uno no quisiera que le hicieran a sí mismo.
El meollo de la cuestión, el rezo, viene a cuento -sinceramente, no encuentro la relación- de una amnistía que un presidente del gobierno astuto e interesado ha tenido a bien conceder con tal de seguir amarrado al poder. Una amnistía a favor de unos sediciosos fascistas catalanes cansados de no ser ellos quienes deciden dónde y qué hacer con el dinero que les corresponde a sus súbditos -porque los habitantes de la región son sus súbditos. Y para más inri, el caso es que quienes rezan son unos fascistas españoles que consideran que ellos sí son los auténticos elegidos, y su verdad es tan pura como su piedad, y desgraciadamente a día de hoy les ha sido imposible encontrar otro medio para influir en los asuntos terrenales que echar mano de divinidades omnipotentes que, si en realidad existen y fueran tales, se estarían partiendo el culo ante tales catetos de mesa camilla.
Semejante anacronismo viene amparado por una derecha nacionalcatólica que, incapaz de hacer política -porque la política es el medio del que disponen mujeres y hombres para entenderse y llegar a acuerdos aquí en la tierra-, ha de apelar a instancias divinas que remuevan el sustrato más carpetovetónico y emocional de una población que sigue sin enterarse de qué va esto -utilizar el verbo querer me parece un exceso de voluntad que, creo, brilla por su ausencia. Como corrobora que, en su flagrante incompetencia política, hallan elegido a la esposa del mismo presidente como objetivo de acusaciones sin pruebas. Disparate que ha encontrado otro esperpéntico juez, tan incompetente profesionalmente degenerado como el primero, capaz de rasgarse las vestiduras a costa de una causa que cualquier recién licenciado en derecho encontraría más que abstracta o simplemente absurda; o maledicentemente intencionada.
Así que allí andarán, zombis poseídos por la única verdad que existe en esta tierra armados con banderolas y una simbología religiosa que ni en Trento fueron capaces de imaginar. Rezaran -supongo que a Dios- en favor de tantas almas confundidas implorando que el Creador las devuelva al buen camino. Aunque, como fervientes católicos -que probablemente no han leído la Biblia o la han interpretado de forma más bien torticera- también podrían acercarse, intentar entender y atreverse a amar a quienes consideran sus equivocados y erráticos enemigos. Claro, eso tiene un inconveniente, todo intento de acercamiento significa comprensión, ayuda y la posibilidad de compartir, y eso quizás ya no interesaría, porque Dios les ha dado una posición en la creación que deben respetar, amén de una cuenta bancaría que les permite perder el tiempo en semejantes cruzadas. Y si todos nos amamos podríamos llegar a confundirnos y entonces lo mío ya no sería solo mío.