Los días que más nos gustan

Percibir el paso del tiempo pasa por detenerse con cierta frecuencia y observar cómo fechas y acontecimientos visten de manera distinta conforme el transcurso de los años va dejando su impronta en ellos, como también cambiamos nosotros, aunque de esto último, atareados como andamos en nuestro particular día a día, nos demos menos cuenta; y solo cuando algo o alguien de nuestro entorno celebra alguna fecha o acontecimiento propio como especial advertimos que ese mismo junto al que ahora nos reímos y celebramos ya no es aquel, sino este otro que venimos frecuentando en cada ocasión en la que nos vemos o reunimos. En cualquier caso nada de esto es mejor o peor, se trata de hechos, contingencias, episodios y circunstancias que a todos nos conciernen, ocurren y ocupan, también cuando no nos damos cuenta.

Algo parecido volvió a repetirse este pasado uno de mayo en la tradicional manifestación, o concentración, ignoro como funcionan hoy esas cosas, de trabajadores; celebración que calcó hora y asistentes sin que en apariencia nada hubiera cambiado, es decir, se reunieron los mismos de cada año y mirándose a la cara volvieron a preguntarse dónde estaba el resto, esas personas, también trabajadores, que dependen de otros para vivir manteniendo una puntual y prolongada dependencia, casi nunca justa, que solo mediante las correspondientes peticiones, solicitaciones o reivindicaciones por parte de los interesados puede cambiar mejorando. Una celebración sostenida por unos sindicatos cada vez menos atendidos y entendidos, lo que no les resta importancia a la hora de seguir siendo el único medio con presencia y relevancia pública mediante el que exigir todo aquello que uno solo no puede conseguir. La fecha, sin embargo, permanece en el anuario como otra fiesta más, en este caso laica, un día que aprovechar para descansar, puentear, salir o no madrugar, pobre beneficio para quien viene haciendo de madrugar su sino, hasta el punto de que cuando no ha de hacerlo no sabe hacerlo, porque su cuerpo, diariamente maltratado por rutinarias y costosas interrupciones del sueño, precisamente cuando más placentero, se activa por sí sólo antes de que el odiado despertador entone su desagradable cantinela.

Tan solo unos días antes se celebraba por estos pagos una feria comercial y gastronómica, también alcohólica, que, en cambio, rebosó de asistentes dispuestos a beber y comer casi como si no hubiera mañana, también comprar, pero menos. Familias al completo, pandillas de amigas y amigos de todas las edades, parejas y grupos de conocidos sin un día a día en común se apiñaron ante vasos, copas y platos repletos de pronto deseosos de beber, comer, divertirse y probablemente también hablar. Hábitos básicos que siguen siendo uno de los principales, si no el principal, motivo de reunión, el único capaz de movilizar hasta los espíritus más reticentes, incluidos quienes consideran el día del trabajo únicamente como un día festivo que aprovechar para cualquier otra cosa que no tenga que ver con el trabajo.

Siempre es mejor comer, beber y pasarlo bien que reivindicar, y más en un día festivo; para qué si no las fiestas, para divertirse; porque tampoco en este caso viene a cuento aquello de qué fue antes si el huevo o la gallina. Muy atrás quedan aquellos primeros de mayo en los que medios de comunicación disputaban y disentían respecto del número de participantes a nivel nacional. Y como decía al principio las cosas han ido cambiando al tiempo que lo hacíamos nosotros, con la inevitable inconveniencia, si puede decirse tal, de que también en este caso el olvido ha hecho bien su trabajo, como suele; prisioneros o embobados en nuestro día a día particular nos hemos olvidado de lo que tenemos, lo que hemos ganado, para bien y para mal, y los esfuerzos que ha costado. Y no me refiero a quienes dejaron su tiempo y su vida en ello -a buen recaudo del temible e inapelable olvido-, sino que por y de nuestra parte va quedando menos, tan solo una mera y desfalleciente presencia testimonial, un lento diluirse entre cuestiones existenciales y subsidiarias que nada aportan frente a las que vamos optando por dar la espalda ante el temor de una posible pregunta para la que no tendríamos respuesta. Mientras bebemos y comemos, cada vez menos porque los tiempos pintan con otros modos más edulcorados, o igual de despiadados, porque quienes hacen y deshacen el tiempo no descansan. Las cosas nunca son como son, sino como las vamos haciendo, pero no nosotros.

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