Ignoro si en la actualidad el cine de superhéroes está de capa caída, nada extraño después de años de tabarra apocalíptica y salvaciones in extremis de este planeta. Tampoco sé si todavía queda alguno por reivindicar entre las telarañas de los catálogos de las editoriales norteamericanas del siglo pasado. También desconozco las intenciones de los productores cinematográficos, si consideran que el filón ya está lo suficientemente explotado, hasta la saciedad, o aún existe quien suspira por pasar una tarde ante la gran pantalla engullendo un considerable muestrario de mamporros intentando aniquilar a malos de película sin criterio de maldad alguno en su sesera; personajes capaces de cometer todo tipo de disparates y tropelías, a costa de los pringados de siempre, poseídos por unas ansias milenarias de grandeza y poder que sonarían a choteo si no fuera porque en la actualidad van surgiendo visionarios de carne y hueso henchidos de vanidad y dedicados a la política que se sienten elegidos para la gloria eterna, listos para dirigir ejércitos y naciones habitadas por sujetos más próximos a la ignorancia y la miseria que a ciudadanos sensatos.
Viene todo esto a cuento porque hace poco cayó entre mis manos un volumen norteamericano de superhéroes recién editado, e inmediatamente trasladado al castellano, que tuve la oportunidad de leer poco a poco más incómodo y extrañado y finalmente decepcionado. Con la particularidad de que uno de los dibujantes era español, de aquí mismo, con algún que otro premio a sus dibujos en tierras yanquis. Y… ¡uf! Porque independientemente del dibujo y su calidad artística, de línea clara y redundante en la organización y distribución de las viñetas y los estereotipos tan característicos de las ediciones norteamericanas, no pude obtener mucho más de su lectura; ni siquiera entretenimiento. Sorprendido, sobre todo, por la nula calidad del guion, un más de lo mismo simplista y desfasado y con un decepcionante tufo a rancio.
Nada de problemas actuales, tipos del presente o personajes de hoy, sino una casposa y redundante vuelta al pasado que ignoro si en la actualidad interesa a alguien. Malos tan repetitivos como absurdos y héroes tremendamente básicos e infantiles. Personajes reiterativos y sin atractivo e historias y circunstancias personales de secundaria. Cualquier personaje original de Watchmen se comería a uno de estos pipiolos sin necesidad de guarnición.
También puede ser que esté equivocado y no acabe de aceptar que el comic de superhéroes no deja de ser una vía muerta todavía vigente porque sigue generando beneficios a costa de simplificar cerebros entre los jóvenes de hoy. Un público fácilmente encasillable y listo para digerir malos de apariencia astuta, egotistas y megalómanos sin fuste, surgidos casi por generación espontánea y buenos de parvulario que lucen simples y honrados y sueñan con eliminar enemigos y construir un futuro socialista versión sueño americano. Anhelos y utopías que contienen todos los elementos de un estado fuerte preocupado en proporcionar a sus ciudadanos los beneficios de una socialdemocracia más que avanzada, pero, eso sí, sin el peligroso estado democrático y su sospechosa política de discusiones, debates y acuerdos. Mejor si el futuro está en manos de tipos con corazón que rezuman dinero de procedencia desconocida, o milagrosa, atractivos mecenas altruistas dispuestos a ofrecer desinteresadamente algo de “lo suyo” en beneficio de una atribulada población que nunca sabe por dónde van a venirles, o generosas fundaciones a cargo de respetables e inteligentes hombres de pro dispuestos a dedicar su tiempo, y dinero, a sus semejantes a cambio de nada, etc. Cualquier invento entre caritativo, bondadoso, con etiqueta de desinteresado y heroico que priorice al individuo y su santa y libre voluntad por encima del peligroso y aborrecible estado democrático del bienestar, regulador, justo y protector que tanto atemoriza a los americanos de bien temerosos de Dios.