Leo que seis de cada diez argentinos están en la pobreza, es decir, más de la mitad de la población las pasa canutas para sobrevivir y sin embargo han votado a un tipo que quiere reducir, o directamente eliminar, los servicios públicos para que la población sea libre, todo bien, lo que ocurre es que si tal cantidad de necesitados no disponen de un Estado que les proporcione unas mínimas garantías de subsistencia lo tienen claro, solo les queda, en pos de su libertad, lanzarse a conseguir de cualquier modo lo que necesitan, y que cada cual aguantes su vela; menos mal que les queda el fútbol -¡son campeones del mundo! ¡toma ya!- futbolísticamente más que ese avispado españolito que se largó a NY para conseguir una de las primeras gafas Apple -entre cuatro y cinco mil euros con los accesorios indispensables, a Europa llegarán a finales de año o probablemente el año que viene ¡qué mala suerte!-, y con tan excitante dispositivo en su poder se vino de vuelta para fardar y explicar sin tardanza a sus ansiosos seguidores -evidentemente no tan sobrados- la última maravilla de la técnica -dejo al criterio del lector el cálculo del importe de tan melindrosa escapada, también si se trata de uno de aquellos afortunados y libres argentinos-, aunque ¿para qué sirve el dinero si no es para gastarlo? Como el que piden esos grupos de ucranios con banderas y música autóctona que pueden verse en algunas de las esquinas madrileñas más rumbosas, solicitar del solidario transeúnte una ayuda para los suyos que, como el que no quiere la cosa, han pasado de vivir a no poder vivir o directamente morir porque al déspota vecino le ha dado por jugar a los imperios y necesitaba hacerse respetar internacionalmente a costa de los muertos que sea, muertos que no dejan de ser los pobres y miserables diablos que han venido poblando los miles de gloriosos ejércitos conquistadores que han arrasado los campos de la historia siglo tras siglo, circunstancia que, no obstante, en nada afecta a mi amiga que, orgullosa, me anunciaba hace unos días que le han regalado “una Alexa” -al fin- con la que está disfrutando de lo lindo, hasta el punto que ya no puede vivir sin ella; le pide la comida del día, música, recetas, remedios para los dolores, sugerencias para regalos, las noticias más importantes, en fin ¡todo!, una auténtica delicia que se ha convertido en la reina de la casa; así que ya me ha advertido que corte con el rollo agorero de la IA y cómo te vigila y manipula a partir de su voluntario y gratuito adiestramiento por nuestra parte, llegando a conocerte hasta el punto de que es más que probable que la siguiente compra que le entusiasme hasta las mismas meninges sea una elección de aquella, que ella -boba- creerá un mazo original, ¡vaya! una necesidad; luego si la IA es tan peligrosa como he afirmado en alguna ocasión -cosa de películas, que me lo creo todo- ¿por qué va a ser lo mío más cierto que el progreso, simpleza y comodidad de Alexa? Entonces callo y miro hacia otro lado, como lo hacía cuando tropecé con aquella educada pareja de mexicanos que entraban en un establecimiento de Swatch pidiendo exactamente uno de los modelos más caros del escaparate -que pagan y se llevan puesto-, además de preguntar cuando sale al mercado la siguiente línea, a lo que la amable dependienta les respondía solicita y probablemente ajena al economista que hace poco afirmaba en una entrevista que con el tiempo los trabajadores van a tener que dormir en lo que ya se denominan “camas calientes”, es decir, que como no tendrán un duro para comprar un piso y los alquileres están por las nubes, no podrán juntarse o casarse y tendrán que compartir mechinales y camas por turnos con otros libres y sufridores como ellos, ya que a las constructoras no les merece la pena construir pisos económicos porque apenas sacan tajada, por eso se dedican a los pisos grandes y caros -son muchísimo más rentables-, y tal vez por ello la capital de este país es una de las principales ciudades mundiales a la hora de invertir en inmuebles de lujo -aunque no creo que sean muchos los argentinos que vengan a hacerse con alguno de ellos-, pero ¡bah! todo esto son nimiedades que ocurren asiduamente, como los milmillonarios beneficios de las grandes empresas que ocupan las orgullosas páginas de economía, y a usted a mí nos van a subir la factura de la luz, cosas de un día para otro.
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