Tenis

No recuerdo si en alguna ocasión el famoso tenista español actualmente bajo el ojo crítico de alguna prensa, y no precisamente por el tenis, se manifestó o hizo proselitismo sobre valores nacionales, universalistas, solidarios o de igualdad; igual nunca. El tipo no dejaba de repetir machaconamente, una vez y otra, que a él lo que lo gustaba era jugar al tenis, esforzándose lo indecible con el único objetivo de divertirse y ganar; siempre como una cuestión estrictamente personal que, casualmente, venía con suculentos añadidos, entre ellos, el dinero y la fama. Pero eso era otro cantar sobre el que jamás se le preguntaba y él apenas se manifestó, o voluntariamente nunca.

Como tampoco recuerdo en qué momento y por parte de qué medios se comenzó a utilizar su figura como referente y orgullo nacional, icono ejemplarizante de unos valores patrios que en la mayoría de las ocasiones tenían más que ver con la idea, plan o negocio del periodista o medio en concreto que con el personaje mismo. Objetivo que imagino jamás se plantearon los medios suizos con su famosísimo representante tenístico local. Cuestiones y referentes sobre las que el sujeto español decía poco, o nada, ni a favor ni en contra, y si lo hacía era a expensas de las preguntas intencionadas del representante de los medios y de manera parca y más bien corta, o cautelosa, dando un tan respetuoso como calculado rodeo que evitaba las respuestas directas ante la rendida y admirativa pleitesía del periodista o entrevistador de turno. Se trataba, y se trata, de un tipo obediente, tenaz y muy bien educado.

Y si se ponen a repasar sus melindrosas y maniáticas rutinas a la hora de jugar, desde las botellas a los gestos, pueden descifrarse las exigentes consignas y ciego cumplimiento de un “cabezabote” adiestrado hasta el mínimo detalle para ganar, incluida la ritualizada y obsesiva concentración que evitaría estar descolocado ante cualquier situación sorpresiva o directamente peligrosa. Que jugar al tenis fuera lo que este hombre hacía, y a día de hoy sigue haciendo, no tenía otro significado que ser el campo de batalla en el que luchar para conquistar; sin países ni banderas, una guerra estrictamente individual en la que los demás importaban de forma condicionada -evitando tener en contra a cualquiera que de algún modo pudiera perjudicar tus intereses. Observación, mucho tacto y reserva, hasta el punto de que, viéndolo hablar, su rostro solía mostrar un permanente aspecto hierático y embarazoso -incluso puede que fuera simple timidez-, como una dura máscara en la que cualquier sonrisa parecía forzada. Siempre cauteloso ante amigos o enemigos y sin jamás perder de vista el objetivo principal: ganar a toda costa.

En este tipo de guerras personales el deporte tan solo representa el campo de batalla, así, sin matices, sin valores ni retóricas populistas que la prensa más zalamera se encargaba de inventar, poner y ensalzar priorizándolas por encima de la más prosaico realidad. Lo importante siempre fue el dinero, normal, la cuestión deportiva o representativa solo era la necesaria palestra en la que partirse el rostro a raquetazos; el resto, sueños, invenciones, convenientes o amañadas historias de superación y loas indiscriminadas y acríticas que mostraban un descarado parasitismo informativo empecinado en poner más de lo que había con tal de atraer clientes -léase televidentes o lectores. Labia con la que engalanar lo que solo era un tipo ganando dinero con lo que mejor sabe hacer. Y punto.

Y esos mismos medios que pusieron a este chico en el centro de su retórica de papel cuché, en más de una ocasión pringosa en exceso o magníficamente ejemplarizante, falsamente universalista y un sinfín de lisonjas y adjetivos con las que estos interesados adornaban sus crónicas y entrevistas sin que el sujeto en cuestión, repito, pusiera nada de su parte -solo jugar-, ahora se sienten defraudados; y han decidió hacer de su al parecer sorprendente y alarmada frustración noticia. De pronto se han dado cuenta que detrás no había nada más, solo obstinación y férrea disciplina, un físico machacado hasta lo indecible, tenacidad, obediencia y trabajo con el único fin de, como vuelvo a decir, ganar dinero. Y ese icono nacional e internacional tan primorosamente fabricado y querido, admirado por aficionados y ajenos y del que tan enamorados estábamos debido a su pureza y unos valores que apuntaban bien alto, y que como ahora se ha demostrado eran inventados, de pronto se muestra como alguien vulgar y corriente que se mueve por la pela. Y si mañana hay que decir negro donde antes era blanco pues se dice negro. Si a alguien se le hubiera ocurrido años atrás poner sobre la mesa semejantes ordinarieces en referencia a este personaje habría que, como poco, extraditarlo por envidioso, mal pensado y nada patriota. Salirse del redil siempre ha estado mal visto.

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