Al hilo de algunas noticias, que luego no lo son tanto, y alguna que otra conversación accidental -cogida al vuelo- parece que se intenta convertir en problema lo que, en mi opinión, también puede enfocarse como meras cuestiones personales -dejando al margen lo político o social, porque entonces sería tocar palos que siempre nos vienen grandes. Con ello se pretende consolidar una especie de escenario en el que plantear un tema que no sería tal si cada cual se dedicara a hacer medianamente bien las cosas, eso sí, previa clarificación de cuáles son sus capacidades e intereses y a partir de ello intentar desenvolverse en este mundo tal y como lo hemos hecho. Porque para perder el tiempo con frustraciones reconvertidas en sueños ilusorios, supuestas y dramáticas injusticias -casi bíblicas- y falsas teorías vestidas con ropajes distópicos, amén de otras hierbas cuasi apocalípticas, mejor apaga y vámonos.
Como no he dicho de qué van estas letras debo poner en antecedentes a un hipotético y desprevenido lector, hablo de lo mal que lo están pasando los hombres últimamente, señalados, acusados, perseguidos, despreciados y minusvalorados como si se tratara de mujeres vulgares y corrientes, de las de toda la vida -no es preciso poner más de lo que se lee porque en ningún momento pretendo ser despectivo ni despreciativo.
Imagino que a tanto adulto masculino ninguneado por las “poderosas fuerzas femeninas internacionales” solo le queda como ejemplo y salvación el heroico y revitalizador “América primero” del señor Trump -con correlatos locales en presumidos y narcisistas Abascales y Bukeles atentos y cuidadores de su imagen como si de una mujer cualquiera se tratara. En el fondo una especie de reivindicación y vuelta a los tiempos del viejo oeste en los que el hombre, como magnífico y viril ejemplo de la especie, se dedicaba a darse de hostias con todo lo viviente -animal, vegetal o mineral- con tal de hacerse su hueco, una situación que tenía mucho que ver con que no le tocaran los cojones cuando hacía lo que le venía en gana -un poco déspota, como Putin, por ejemplo. En territorio tan amplio y salvaje cualquier acuerdo, ayuda y/o colaboración significaba por principio síntoma de debilidad, si uno no podía por sí solo mal asunto, se trataba de un cobarde. Como contrapartida siempre existía otro hombre -más auténtico si cabe, el bueno de la película- que llegaba allí donde se le necesitaba -qué curioso- y quitaba de en medio o directamente hacía desaparecer a quien o aquello que se interpusiera, disputara o condicionara los deseos de su vigorosa voluntad. Provisto de sus correspondientes armas, altivo y receloso, detentador de los genuinos valores masculinos -y por ende de la especie-, también bastante cateto, este heroico salvador gustaba jactarse de sus recelos o mostrarse enemigo declarado de cualquier comunidad o forma de estado y su sospechosamente socializante interés por entrometerse poniéndose del lado de los flojos -¿para qué estaba él entonces?-, tipos sin agallas que se arracimaban para darse valor a sí mismos al margen de los valientes, a los que, tras su testicular demostración de hombría, solo quedaba largarse y cabalgar contra el viento en masculina soledad, jinetes desarraigados a la búsqueda de paraísos perdidos, y/o oprimidos, en los que imponer su voluntad -¡ah! qué puestas de sol las de los vaqueros solitarios; y fumando. El vivo ejemplo de un dios orgulloso y tronante en la tierra, su genuino representante encargado de dominar la creación adecuándola a su sagrada voluntad.
Menudo rollo. Es de lo que va la cosa, del regreso a semejantes especímenes, tal y como viene sucediendo en la política de varios países de este atropellado mundo. Volver al oeste y la violencia como único medio de relacionarse entre humanos, cada cual con su correspondiente arma en la guantera del coche y listo para dilucidar la mínima discusión o contrariedad directamente a tiros, y que gane el más fuerte.
Pero sucede que en muchos países la tradicional, áspera y limitada sabiduría de los solitarios héroes del oeste americano pilla algo lejos y no siempre hay alguien que pueda servir como ejemplo, aunque van surgiendo; hoy en día los modelos y estereotipos vuelan y se instalan allá donde las almas temerosas necesitan un chute de virilidad para hacerse con las riendas de sus propias vidas. Sin embargo ¿cómo van a actuar tantos hombres jóvenes -al parecer dolorosamente oprimidos- habituados a un mundo en el que todo se muestra al alcance de la mano y apenas sin esfuerzo, incluidos una serie de derechos inalienables que, desgraciadamente, nada tienen que ver con la inteligencia, la razón, el esfuerzo, la adaptabilidad etc.? Ejemplares masculinos crecidos como auténticas contradicciones andantes, desorientados y confundidos, también engañados, necesitados de un mínimo entendimiento y capacidad de comprensión que aplicar a su alrededor. ¿Saben valerse por sí mismos? ¿Por medio de la violencia? ¿Quién va a explicarles que reconocer, entender, ceder o adaptarse no es de débiles ni significa una derrota? ¿Quién vendrá a salvarlos? Da miedo pensarlo.