El cuerpo

Independientemente de los criterios y opiniones acerca de la existencia de nuestro cuerpo, de su realidad material -afirmación que según quién y dónde no contiene más signos de veracidad que su misma enunciación-, somos sobre todo razón, y cualquier certeza que podamos considerar como tal proviene de la misma, certeza que también puede ser desmontada a partir de otro giro de esa misma razón intentando demostrar que no hay nada fuera de nuestra propia racionalidad, tampoco lo que entendemos por verdad o verdadero. También es más o menos evidente, o físicamente experimentado -incluidas las consiguientes sospechas acerca de tales experiencias- que nuestros sentidos son los encargados de proporcionarnos muchos de los motivos para creer y pensar que sí somos y existimos, son los esforzados en mostrar con carta de veracidad unas experiencias y descubrimientos que en última instancia la razón ha de corroborar; razón que, sin embargo, en algunos casos, momentos o excepciones puede actuar y convertirse en sinrazón, “irrazón” -de irracional-, no razón o hacernos comportar como sujetos “arracionales” -palabro inventado sobre la marcha que bien pudiera describir a quienes hacen uso de la materia gris contenida en el interior de sus cabezas sin percatarse de ello, de forma inconsciente -también podría valer-, igual que caminan o respiran.

Pero al margen de juegos y disquisiciones más o menos racionales y dispuestos en primera instancia a comunicarnos y hacernos entender, cosa que en estos momentos intento mediante las herramientas de las que dispongo, e independientemente de los juicios de valor acerca de nuestra existencia o no existencia corporal, vamos a convenir que disponemos de un soporte físico, nuestro cuerpo, a partir del cual afirmamos que vivimos, sentimos, nos relacionamos y, por supuesto, razonamos. Siendo categóricos y hasta el día de hoy un único cuerpo para toda nuestra vida, suene como suene y con todas sus bondades e inconvenientes. Como también somos los principales responsables del conocimiento, reconocimiento y cuidado del mismo, y del trato que le demos dependerá cómo nos responda, qué nos permita y cuánto nos dure. Siempre y cuando esas circunstancias tan aleatorias como imprevistas y/o casuales que suelen finiquitar inesperada y precipitadamente miles de vidas nos respeten dejándonos usar, cuidar, explotar, gastar o maltratar ese único soporte físico del que en estos precisos momentos estoy haciendo uso.

Trato de justificar racionalmente -es cierto que a sabiendas de su imposibilidad- la existencia de un cuerpo que curiosamente para todas las religiones es la causa principal de nuestros males como individuos y como especie. Religiones y manifestaciones religiosas que, para bien o para mal, también se sirven de esa materia gris que aloja nuestras cabezas a la hora de maldecir, denigrar y despreciar ese único y exclusivo soporte. El grado de racionalidad de esa variada y críptica fenomenología religiosa y todo lo que conlleva vamos a dejarlo al margen porque de lo contrario no acabaríamos nunca.

Pero creo que el cuerpo no es definitivamente malo ni tampoco el culpable de nuestros errores y malas acciones, solo es el soporte físico a partir del cual nos reconocemos y relacionamos -la realidad y veracidad de su existencia no viene a cuento en estos momentos-, también para mantenernos vivos el mayor tiempo posible, si es que definitivamente nos gusta vivir, de lo contrario… Un cuerpo por el que no oramos con el propósito de conseguir esa mens sana y corpore sano de la que hablaba Juvenal pero que de un tiempo a esta parte ha pasado a convertirse en el centro del universo para muchísimas personas. Lo que no impide que sigan existiendo individuos que lo exprimen, explotan y maltratan hasta lo indecible en función de desafíos físicos con etiqueta de imposibles que pretenden calmar una agobiante carencia de sentido en sus vidas que no acaban de asumir, comprender y explicarse; o lo inyectan, golpean y absorben todo lo absorbible con la supuestamente grata intención de transportarse a cualquier lugar que nada tenga que ver con el mundo de los vivos y el sofocante vacío que les atenaza, olvidando que el regreso de tan deseado viaje los dejará en el mismo erial del que partieron.

Concluyendo, tenemos un cuerpo, un organismo maravilloso del que desconocemos los límites, incluida la parte que lo culmina y la materia gris que contiene, que su denuncia y desprecio por parte de las religiones como causa de los males que padece la humanidad es una solemne tontería, que exprimirlo y maltratarlo, pintarlo o modificarlo puede pasarnos factura en el futuro -si es que pretendemos vivir de él el mayor tiempo posible. Que renegar u odiarlo porque nunca nos gustó es un callejón sin salida que más nos vale abandonar, como tampoco es necesario enamorarnos locamente de él porque en ese caso nos perderíamos en un sendero que no tiene final, o sí, pero no nos gustará.

Visto lo visto y dadas las dificultades para alcanzar la verdad acerca de su existencia, mejor entenderlo y respetarlo para que nos dure, sin olvidar que, paradójicamente, su fortaleza también nos proporcionará tiempo para seguir elucubrando con esa razón que, como decía al principio, parece ser que es la razón, valga la redundancia, de nuestra existencia, de cuerpo y mente. Además, con lo divertido que es meternos en disquisiciones acerca de qué es antes, lo de dentro o lo de fuera, si es la razón la que nos concede el cuerpo o es el cuerpo quién permite a la razón disparatar sin medida, ese mismo cuerpo que alimenta fisiológicamente una razón que para fastidiarlo cuestiona su existencia, dejándolo en una proyección mental que sin embargo a veces duele, se excita o necesita una colonoscopia.

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