Viajando

Allá donde mires ves a alguien tirando de una maleta, casi diría que da igual el lugar y la hora del día, donde habitualmente resides o donde tú también viajas, sea cual sea el motivo. Como si se tratara de una epidemia convertida en necesidad casi vital, obligada, porque no hay cosa más añeja y en cierto modo incomprensible que ocupar permanentemente el mismo sitio -o sentirse orgulloso por ello. Da igual el sexo o la edad, aunque es cierto que hay un sector de la población, masculino, para ser más concreto e ignoro si cada vez más minoritario, que se resiste a moverse por cuestiones que tienen mucho que ver con sensaciones propias de inseguridad, dominio, complejo de inferioridad, temor e incluso pérdida de poder. Como aquella pasajera del tren que a los comentarios y preguntas de la amiga que ocupaba el asiento contiguo, mostrándole imágenes de los últimos lugares que había visitado, respondía con un lánguido deje de resignación que claramente contradecía el sincero convencimiento que intentaba darle a su afirmación que al suyo no le gustaba salir, es más tranquilo, más casero, está muy bien en su casa y dice que no se le ha perdido nada fuera, y ni hablar de salir al extranjero y que no te entiendan. A lo que la otra no contestaba, ni directa ni indirectamente, sino que proseguía con las anécdotas y descubrimientos que a ellos sí les proporcionaban los viajes.

Indudablemente no hay nada como salir de vez en cuando del propio nido para saber cómo es y viste el mundo -incluso a pesar de la secreta solvencia con la que uno cree saber cómo es y funciona lo de ahí afuera, o la parca y mustia indiferencia con la que se asume-; cómo come y se comporta, en definitiva, cómo son y viven tus contemporáneos. E independientemente del negocio que ello implica para las empresas relacionadas con el turismo y los viajes, siempre es mejor renovar el aire propio que permanecer como si el mundo se limitara a ese reducido lugar en el que se desenvuelve tu día a día -¡ojo! que también. Abandonar la cómoda seguridad de los lugares conocidos y las personas bien identificadas a cambio de la incertidumbre de ir allí donde desconoces en ocasiones casi todo; incertidumbre que en la actualidad no impide la posibilidad de una exploración previa, vía internet, del lugar o lugares donde piensas acudir. Aunque sin la necesidad de llegar al extremo del tipo que en una comida de trabajo se jactaba contando entusiasmado cómo disfrutaba cuando al llegar al destino planeado el lugar coincidía ciento por ciento con las imágenes que previamente había visualizado en la comodidad de su refugio hogareño, tan reconfortante, además de hacerte sentir mejor y más seguro al comprobar que la realidad se mostraba exactamente a como la habías memorizado; sabes dónde te hayas y qué vas a encontrar, también la mejor hora para acudir a monumentos, museos o restaurantes -costumbre o virtud, o éxito, tal y como el tipo lo sentía y contaba, que en aquel momento a mi no me parecía tal, como tampoco ahora me sigue pareciendo.

Pero al margen de manías y/o temores, o falsas seguridades, siempre es interesante dejar temporalmente atrás la supuesta seguridad de tu lugar de residencia, porque aunque preveas y creas tenerlo todo más o menos programado has de contar con esa nerviosa incertidumbre de lo imprevisto, lo no imaginado, la sorpresa de última hora o el pequeño inconveniente que incluso puede acabar convirtiéndose en faena. Movidos por esa curiosidad tan humana que para algunos, sin embargo, se trata de peligrosa sospecha, desconfianza, temor, inseguridad y hasta peligro. En las antípodas de la apertura mental a otros y otras cosas, a otros puntos de vista, horarios, hábitos más y menos familiares e incluso desagradables, o desconcertantes; contratiempos que de donde provienes jamás ocurrirían porque allí crees tener todo controlado, también -iluso- el tiempo que nos contiene y nos hace.

Es preferible ver a gente yendo y viniendo, incluso con el inconveniente de convertir algunos lugares en no lugares, parques temáticos, patios de recreo o salas de espera de un suceso o acontecimiento que hace tiempo dejó de ser particular, exclusivo o interesante, precisamente porque la multitud y la cantidad lo empobrecen a ojos vista. Ir a la búsqueda de esas pequeñas y saludables brisas que siempre proporciona el viaje, hasta el más programado y seguro, también para el que todavía no ha encontrado su sitio y odia su casa, para el que nunca entiende porque todo lo parece igual, o para los que no saben qué buscan o quieren y optan por darle la espalda al lugar al que no creen pertenecer, precisamente el suyo.

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