Igualdad

La especie humana fue la que concibió el término igualdad, teniéndolo como referente importante, o principal, en varias fases próximas en el tiempo de su historia. En cambio, ninguna otra especie viva necesita, siente o considera el término igualdad, no se trata de que ni siquiera pueda concebirlo, sino que cada individuo nace y asume su lugar de un modo dócil y convincente, accediendo a su posición y posibilidades según estrictas reglas impuestas por el grupo o sus parientes más directos.

Pero, qué significa hoy igualdad, política y socialmente, en esta sociedad y en este mundo, a qué nos referimos o entendemos cuando oímos o leemos sobre ella, o tan solo se trata de una de las tres afirmaciones del famoso lema de la Revolución Francesa -tan rimbombante como vacía de contenido, como tantas otras. Porque, referido en concreto a la humanidad actual, no hay nada más hueco, ridículo y decepcionante, o disparatado, que creerse eso de igualdad de nacimiento, derechos o aspiraciones. O quizás se trata de igualdad a la hora de acceder a recortes, subvenciones, bonificaciones, descuentos, limosnas, servidumbres, etc.

Si en algún momento la igualdad fue un objetivo que obligaba a alzar la vista buscando las mejores referencias a las que aspirar y alcanzar en el empeño de vivir juntos y felices, ese ideal ya no existe. Es más, la propia palabra se ha convertido en una palabra comprometida, peligrosa e incluso subversiva -con la que está cayendo y a ti sólo se te ocurre hablar de igualdad. ¿Todavía obliga a algo el término igualdad? ¿A qué y a quienes? ¿Qué igualdad defienden los partidos políticos, si es que alguno la sigue teniendo como objetivo en su programa? ¿Debería perderse o desaparecer del vocabulario, tanto político como social, por su evidente desinterés, amén de la incapacidad, o directamente incompetencia para ponerla en práctica por parte de la especie que la concibió?

Por otra parte, es tal la derrota y la capacidad de autoconvencimiento de la especie, su impotencia para conseguir en favor de sí misma algo que tenga la etiqueta de justo y no una concesión, por misericordia, caridad o compasión por parte de quienes pueden que, lejos de exigir o mantener en el centro la tan cacareada igualdad, de seguir teniéndola como objetivo en las aspiraciones de la humanidad en su conjunto, la inmensa mayoría de los integrantes de la especie ha decidido asumir en silencio su inutilidad y mirar hacia otro lado, o simplemente no mirar. Porque hay que seguir viviendo y reproduciéndose, cosa para muchos complicada, luego mejor inventarse otros objetivos a un lado o por abajo que al menos eviten la incómoda y desagradable sensación de ser los últimos de la fila.

El planeta, la alimentación, las redes sociales, los gimnasios, las apariencias o las mascotas se han convertido en excelentes sucedáneos que facilitan la tarea de vivir asumiendo resignadamente la propia posición sin peros que valgan. Es lo que hay, estamos donde estamos y no es bueno fijarse metas utópicas, o directamente imposibles, que pueden llevarse la vida por delante sin alegrías. Las aspiraciones igualitarias son restos de otra época que hoy no sirven, sobre todo y por ejemplo, teniendo el planeta como lo tenemos, maltratando como maltratamos a los animales en nuestro empecinamiento por comer carne a toda costa o ignorando la realidad de tantas y tantas mascotas que sí tienen corazón y necesitan una mano amiga que las trate como personas. Objetivos a cual más cómico o ridículo, porque el planeta jamás ha necesitado de la ayuda del insecto que pulula por su corteza -¡qué pretencioso!-; la cuestión de la carne es nuestra cuestión, el por qué somos quienes somos -otra cosa es que quienes pueden y deben se sienten para solucionar el problema de la alimentación a gran escala, que nada tiene que ver con comerse un filete-; y respecto de las mascotas qué decir, la humanidad se ha desarrollado en compañía de animales que le han solucionado muchas de las necesidades más básicas, lo de considerarlos más que animales es una memez que ellos tampoco entenderían, ni les hace falta porque son animales.

Aunque sí somos iguales, o aspiramos, incluso exigimos con vehemencia igualdad, a la hora de decir lo que nos apetezca, sea una soberana idiotez o algo interesante. Decir lo que se te ocurra sin que nadie te lo impida, porque no hay nadie mejor que nadie, todos somos iguales y hablamos como sabemos -¡un respeto!

O quizás la igualdad haya quedado reducida a nuestra posición ante Dios, si es que Dios existe -cualquiera-, cosa que hasta hoy nadie ha podido demostrar de forma clara y palmaria. Luego la igualdad habría pasado a convertirse en una cuestión del más allá, de ultratumba, el anhelo de una merecida resurrección que compense las desigualdades y miserias de este mundo. Al margen de sucedáneos oportunistas al menos hemos transformado una meta imposible en un consuelo bien real.

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