Razón y razones

Hace unas pocas semanas escribía sobre Jerusalén y cómo la ciudad me pareció todo, el centro del mundo religioso en el que una ajetreada población vivía unas vidas que en el fondo no les pertenecían, siempre pendientes de circunstancias ajenas a ellos, y al mismo tiempo nada por las tristes y dolorosas consecuencias que esa posición acarreaba, o podía acarrearles, a esos mismos habitantes, tal y como en la actualidad viene sucediendo. Una gigantesca irracionalidad religiosa e histórica soportada por la débil racionalidad de una obligada convivencia que debería erigirse como único objetivo por encima de cuestiones tan pasadas como inútiles y peligrosas.

Y ahora qué. Desde nuestra posición asumir y deplorar la política de hechos consumados que viene revelándose día tras día, la única real, e intentar poner un poco de cordura y razón a la hora de abrir la boca sobre ello -algo que en muchas ocasiones no es necesario porque hay hechos que hablan por sí mismos. Sin embargo, toca aguantar a tanto advenedizo, opinador o simple cretino con posibilidad para decir lo primero que se le ocurra en cualquier medio dispuesto a propagarlo. Desde gilipolleces como la del primer ministro británico diciéndole a los judíos “queremos que ganéis” -exactamente qué; más bravatas imperialistas de otro político incapaz de reconocer la actual irrelevancia británica internacional-, hasta la hueca jarana caritativo-solidaria de toda una tropa de izquierdosos, progresistas y plumillas acomodados jaleando, irritadísimos y justísimos, la injusticia de una ocupación judía que se prolonga año tras año sin que nadie haga nada por evitarlo. Entre tanta bazofia opinadora tan solo unas pocas voces con el mínimo sentido común indispensable a la hora de emitir juicios, que no opiniones siempre innecesarias, sobre el tema; un tema que, por otra parte, tan solo algunos viñetistas han sido capaces de reflejar en toda su complicada crudeza.

Volvemos a asistir a una nueva representación de un conflicto geopolítico internacional que dispone de un terreno de juego, tan antiguo como masacrado, sobre el que cualquier jugador de los intervinientes -directos e indirectos, estos últimos incontables- no tiene más que lanzar los dados para reanudar la partida. Grosso modo, de un lado Israel -en la actualidad gobernado por una sinrazón ultrareligiosa que es la misma representación del diablo en la tierra- y su violenta y opresiva ocupación que Naciones Unidas se ha cansado de condenar, apoyado por el religioso complejo de culpa de una civilización occidental obligada por caritativa e histórica solidaridad a mantener y sostener sin preguntas un estado judío en el centro de un avispero. Del otro, la tremenda evidencia de una religiosidad intolerante que sigue sintiéndose inferior frente a la arrasadora modernidad del progreso colonialista que representa su enemigo, con el añadido de tener que enfrentarse en muchos casos a sus propios ciudadanos y fieles, que entienden sus propias vidas en función de un presente que les han robado -valga como ejemplo las mujeres-, obligándoles a claudicar ante tradiciones y cuestiones históricas que, más que ayudar a vivir, interrumpen y dificultan una normalidad personal y social que se antoja imposible.

Más. No he visto ni leído sobre Irán y su angustioso aislamiento en la política internacional -a lo que unir su minoritaria y asediada versión de la religión musulmana o sus problemas con la población femenina-; aislamiento que probablemente hubiera aumentado de permitir las relaciones diplomáticas que el estado judío comenzaba a establecer con algunos países árabes, Arabia Saudí incluida. Al gobierno iraní siempre le importó un pimiento la que les caería a los palestinos al armar y alentar a Hamás y Hezbolá a revitalizar el conflicto. Daños colaterales que, al mismo tiempo y por otra parte, desperezarían favorablemente de su confortable somnolencia a una acomodada y errática izquierda progresista occidental, obligándole a tirar de pluma y megáfono como si no hubiera mañana.

Si no puede aportarse ningún juicio o posibilidad mínimamente lucida e inteligente sobre el conflicto lo mejor es callarse la boca y morderse la lengua. Porque la única solución pasa por la política -es lamentable y desalentador cómo ambas partes se sirven de imágenes, a cual más atroz y cruel, con tal de influir en la parte más emocional e irracional del espectador-; por la racionalidad de una mesa que siente cara a cara a los protagonistas directos y, a partir de un obligado e indispensable reconocimiento mutuo, definir una coexistencia justa, clara y racional, imponiendo los puntos para una convivencia tan inevitable como necesaria, si es necesario en contra de rabinos, imanes, curas, libros, misterios, leyendas, venganzas o malditas tradiciones. Hablar en presente sobre la convivencia de la gente del presente, quienes han de soportar y sufrir una irracionalidad que no por humana siempre ha de ser tenida en cuenta.

NOTA. En Jerusalén todavía es posible la convivencia entre laicos y religiosos, y cualquiera persona no religiosa puede vivir y manifestarse sin problemas. Pero le preguntaría a estos solidarios de salón occidentales, tan proclives al postureo público, si admitirían un pueblo palestino gobernado por Hamás o Hezbolá -subordinadas a Irán y que han jurado que jamás aceptarán un estado judío en una tierra que, a su pesar, es de todos-, en el que no existiera libertad de expresión ni de prensa, tampoco religiosa, además de oprimir mucho más, si cabe, a las mujeres -Afganistán-, perseguir a los homosexuales y reprimir violentamente cualquier crítica contra el gobierno de turno.

Esta entrada fue publicada en Política. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario