En la película de Ridley Scott El reino de los cielos, rendida la ciudad, el protagonista le pregunta al vencedor qué significa Jerusalén para los musulmanes, a lo que Saladino responde en primera instancia, nada, para, a continuación y acompañado con un gesto muy significativo añadir, todo.
Independientemente de la veracidad histórica de la película, de la autenticidad o no de los hechos y de la existencia de tal o cual personaje, añadidos dramáticos y recursos cinematográficos aparte, Jerusalén es todo, porque también cabe todo. Una ciudad antigua y moderna en permanente estado de reconstrucción, rehabilitación o construcción pura y dura, atravesada de arriba abajo por un tráfico tremendamente desordenado que no llega a caótico porque tanto la geografía como la ausencia de un urbanismo mínimamente racional permiten lo que permiten, sin concesiones a la seguridad o a la fluidez. Una ciudad donde el comercio es más que una seña de identidad, es la ciudad en sí, ejemplo imperecedero de una de las más características actividades de la cultura humana, da igual la parte por la que el visitante deambule, porque se trata de deambular, más que de callejear; con barrios más o menos delimitados o definidos -o directamente no- donde una población dispar y en apariencia autista ante su peculiar situación, obediente, aleccionada o directamente resignada, se mueve bulliciosa de acá para allá a partir de unas consignas básicas que su propio subconsciente ha asumido como obligatorias o necesarias, tan prácticas cómo finalmente cómodas por lo que tienen de guía rápida de movimiento y actuación.
Una compleja y enredada maraña de zonas -algunas prácticamente inexistentes, tanto a nivel de redes, mediático como social- pobladas por grupos bien definidos que coexisten con el convencimiento de que el éxito de su convivencia consiste en no inmiscuirse donde probablemente ni siquiera se llega a bien venido, basta con mal visto o directamente inconveniente. Una ciudad en parte militarizada en la que las armas a la vista son habituales, no llaman la atención, con lo que ello significa, tanto en lo referente a las vías y accesos, la propia seguridad o a la posibilidad de un imprevisto o accidente del que arrepentirse inmediatamente después de sucedido.
Un parque temático en el que fieles y turistas son llevados y traídos en rebaños, haciendo si cabe el tráfico mucho más embrollado y sofocante, miles de individuos en pos de anhelos y creencias espirituales propias tratadas en muchos casos de la forma más vulgar y despreciativa posible, sin que por ello el visitante se sienta explotado o ninguneado, en última instancia prima su propia fe, deseo o convencimiento, lo que facilita que todo a su alrededor suceda sin verlo, es decir, vaya y venga por encima o al margen, solo preocupado por satisfacer unas pulsiones y devociones que prevalecen por e independientemente de la ciudad. Un lugar fabricado a partir de una serie de historias y leyendas que en una mayoría de casos probablemente no aguantarían un test de veracidad por parte de cualquier historiador medianamente decente.
Una ciudad en la que la calle más moderna y lujosa luce sepultada, apartada de la vista, sin interrumpir el tráfago diario de vehículos y personas.
Pero Jerusalén también es nada, otro ejemplo de ciudad salvajemente atropellada por un poderoso pasado que la obliga a vivir de espaldas a su presente, atrapada entre victorias y derrotas de otros tiempos que, en definitiva, nunca serán las de hoy, las de sus pobladores. En la que sus habitantes, por el mero hecho de nacer, han de asumir como propios imponderables, lealtades, afrentas, deudas y violencia completamente ajenas a su propia realidad -es más, la fabricarán, así como su futuro, y sin su consentimiento-; circunstancias que marcarán sus vidas de forma definitiva y sin que ellos mismos puedan hacer nada por evitarlo, tan solo asumir la cruz correspondiente, tan sospechosa como tendenciosamente contada, llevándola de la mejor manera posible o directamente largarse de allí. Una ciudad en la que la felicidad se antoja algo caro y difícil.