“Las españolas tienen, sin duda, la belleza más electrizante de todas las mujeres del mundo. Una española es toda solidez, nada menos. Son partisanas incondicionales, soportan las cargas de su pobre nación y con pocas quejas. Curan las heridas de sus hombres, atienden noche y día sus pasiones y necesidades infantiles. Contra todo pronóstico, administran la rutina de millones de familias desoladas, hambrientas e ignorantes; de hecho, solo por la presencia solícita de las españolas pueden llamarse hogar las casuchas que albergan a esas familias. En definitiva, las mujeres de España hacen de ella una nación.
El esfuerzo y el sufrimiento diarios de esas mujeres dan su escasa estructura a la sociedad española, ellas tejen una red de cuidado y amor en lo que de otro modo sería un paisaje de anarquía sin sentido. Son mujeres orgullosas, mujeres dulces, mujeres que perdonan, mujeres compasivas, mujeres de risa fácil y lágrimas fáciles. El poderoso instinto maternal de las españolas es el ancla de responsabilidad que sostiene el barco de la vida española mientras el hombre balbucea tonterías abstractas en los innumerables cafés llenos de humo.
Son mujeres de extremidades ágiles que bailan, hacen sonar sus castañuelas, zapatean y hacen de una nación por lo demás aburrida un espectáculo emocionante y humano; mujeres que aran los campos; que lavan la ropa en los arroyos del campo; que conducen los carros tirados por bueyes; que satisfacen a sus hombres y amamantan a sus bebés; y que al principio y al final del día se arrastran y se arrodillan con humildad ante las Vírgenes lloronas y enjoyadas en las catedrales oscuras y con corrientes de aire; son mujeres sufridas y resistentes que siguen a sus hombres de sangre caliente en la guerra y en la paz, aunque no entiendan nada de las causas de la guerra y de la paz; mujeres desesperadamente prácticas que se acuestan con hombres extraños para comer mientras sus bebés duermen o lloran en las cunas cercanas; mujeres desnutridas y flacas que huyen del frío de sus casas de hormigón para sentarse en los bordillos a remendar ropa hecha jirones a la débil luz del sol; mujeres desesperadas que envían fiambreras a sus hijas que trabajan en los prostíbulos; viejas solitarias que lloran al recordar a los hijos e hijas que se han ido a buscar su destino en el mundo frío y extraño; mujeres tontas que duermen la mitad del día y pagan a sus criadas cinco dólares al mes y que se acicalan ante sus espejos mucho tiempo y con amor para salir a pasear del brazo con otras cinco mujeres por las Ramblas y no ver afectada su respetabilidad; lesbianas que viven su vida tranquila y apartada a la sombra de las catedrales donde van a confesarse y hacer sus expiaciones; ciegas que se sientan en las esquinas bajo la lluvia o el sol y venden billetes de lotería; mujeres de ojos atrevidos que empiezan a mirarte a tres metros de distancia y te sostienen la vista hasta que estás a su altura; mujeres que invitan a los hombres a sus camas sin un atisbo de vergüenza; mujeres pequeñas y tímidas que friegan baldosas de rodillas y cuyos ojos asustados te suplican que no ensucies el suelo que han limpiado con tanta meticulosidad; mujeres hermosas y enjoyadas que beben coñac en los bares y que te dirán con una dulce y triste sonrisa que no saben leer ni escribir; mujeres feas con moretones negros y azules en los brazos por los abrazos de los marineros borrachos; mujeres inflexibles dispuestas a escapar de la soledad cocinando, trabajando, prostituyéndose y muriendo por un hombre; mujeres frágiles y secas que venden caramelos y semillas de girasol y almendras y que a veces mueren sentadas en sus pequeños puestos de madera; mujeres gordas y asustadas que, cuando ven el coche fúnebre negro tirado por dos magníficos caballos negros con penachos morados en la cabeza, se persignan y lanzan un beso con sus dedos índices a la Virgen de su devoción; mujeres altas y de extremidades largas que dan zancadas por la calle, levantan sus grandes pies y los plantan en el suelo con la seguridad de los hombres; mujeres solemnes y reivindicativas que se paran a cotillear en medio de la calle con los brazos en jarra; mujeres jóvenes y devotas que tienen maridos irremediablemente enfermos y que reprimen sus necesidades físicas más profundas mientras su pelo se blanquea antes de cumplir los treinta años; sí, todas esas y más son las mujeres de España. Los hombres españoles han construido un Estado, pero nunca han construido una sociedad, y la única sociedad que hay en España está en los corazones y las mentes y los hábitos y el amor y la devoción de sus mujeres…”
Richard Wright; España pagana. BIG SUR; Barcelona, 2022; págs. 291-293.