Se cerraba la puerta cuando aún resonaba la despedida de su hijo y la oscuridad del pasillo se espesaba de forma curiosa dejando en su cabeza una rara impresión, más bien una sensación que no parecía preocupación pero que paulatinamente cobraba interés por su misma novedad. De vuelta al sillón en el que permanecía sentada su vista revisaba ahora la amplitud del salón buscando referentes, intentando apoyarse en los objetos que la rodeaban. De algún modo sentía que ella era el lugar, el sillón, aquella casa o una voz preguntando al otro lado de la pared -su marido-; como también una parte de la pareja que acababa de marcharse rumbo a otro lugar en el mismo domingo. Pero esa nueva sensación la hacía desvanecerse, no llegaba a pérdida o ausencia, sino una especie de alejamiento que la anclaba a una situación en la que el paso de uno a cero quedaba casi a la vista. Pero seguía en el sillón, donde el libro sobre sus rodillas, pero no ponía domingo, luego podía ser ayer, también ella, ¿desde cuándo?
Su marido volvía a preguntar desde la habitación de al lado sin que mejorara la audición, seguía sin entender; solo se le ocurrió un no sé poco convincente que no la movió del sitio. ¿Qué hacía allí? El libro, el sillón, la persona al otro lado de la pared, la casa, la pareja que acababa de largarse, el domingo, mañana… mañana ¿qué? No acababa de comprender, si es que había algo que comprender, pero se sentía extraña, incómoda, desorientada, desubicada o incluso por momentos claramente perdida. Irreconocible, si es que seguía siendo alguien reconocible y para quién; no para sí misma.
Su cabeza comenzó a ir hacia atrás buscando puntos, referencias, algo reconocido y reconocible, tampoco sabía qué, algún detalle, también familiar, un gesto, un buen momento, un sueño o tan solo un recuerdo con el que congratularse para lo que fuera que viniera después, o ahora. Pero no, ni descubrimiento ni reconocimiento, tan solo recuerdos movidos, presencias que se evaporaban con mirarlas, momentos que no alcanzaban a breves, lugares que ya no existían o rostros de los que en aquellos momentos ignoraba casi todo; algunas situaciones en las que detenerse pero que se desenfocaban con rapidez, ya no parecían, o se trataba de eso, que tan solo parecían ¿reales? ¿vividas? ¿por ella?
Lo evidente en su cabeza era el transcurso del tiempo, pero ese tiempo era tiempo pasado, tiempo con ella como interprete pero extrañamente sin alcanzar para protagonista; tiempo terminado, así como lugares, personas y fechas, tan solo eso.
Y si el colofón era esto, ella, el sillón, el libro, aquellas paredes… ¿entonces? ¿Se había equivocado? No se reconocía, pero ¿por qué habría de reconocerse si acababa de llegar? De pronto su vida parecía un error -insistía-, una equivocación, de lo contrario cuanto le rodeaba debería serle grato, ganado y merecido, los esfuerzos, las decisiones, las satisfacciones, también las pasadas. Pero no, en el fondo temía el siguiente pensamiento, un y ahora qué con otros tonos, con menos brillo, quizás otras alegrías -¿sí? Tampoco tenía ninguna referencia cercana en cuanto a qué o cómo debería sentirse y nadie a quien preguntar. La persona de la otra habitación en aquellos momentos le parecía un extraño preocupado por cuestiones banales e intrascendentes; su hijo, que acaba de salir por la puerta con la persona que compartía su vida, alguien de quien desconocía casi todo; otra vida desligada de la suya, aunque es cierto que nunca fue suya.
¿Eso era todo? Y ahora aquellas imprecisiones, aquellas dudas, aquel inesperado aguarse lo que hasta entonces parecía consistente y bien asentado, respetable incluso, respetable; pero ¿para qué sirve ahora el respeto?