No se trata de un descubrimiento o una novedad, los hechos, como suele decirse, hablan por sí solos, en este caso las obras. Pero volver a leer a Joyce Carol Oates es volver a sumergirte en un universo tan personal como denso y conflictivo, tan explícito como sugerente, tan elaborado y complejo, incluso tozudamente cerrado, como evidente y universal; y real, tan real que durante la lectura e independientemente del momento y lugar en el que el lector se halle, no es difícil vislumbrar la realidad que hay al otro lado de la ventana. Y creo que no digo nada nuevo
Completamente sumergido en las páginas de Babysitter llega un momento en el que la misma lectura se eleva por encima de la historia y los personajes cobran una fuerza y presencia que no es nada difícil extrapolar más allá de lo escrito, es entonces cuando el propio lector comienza a atar cabos que se multiplican en la vida real difuminándose hasta perderse entre personas de carne y hueso que alguna vez vivieron o viven junto a nosotros. En este caso la contradictoria complejidad de un universo femenino tremendamente común, tan distinguido y vulgar como roto, tan espléndido e ilusorio como tiránico, tan cómodo y placentero como desesperado, doloroso en su permanente tormenta, desgarrador, liviano, soñador, hermoso, vital, íntimo, como una placentera explosión; tan oculto como dependiente, oropel de desfile travestido en martirio diario con el que levantarse y llevar metódicamente adelante la representación de la propia vida, vivida como un absurdo en la sencillez de su misma incomprensión, en muchos casos como si fuéramos nosotros mismos.
Tal vez por eso cuestiones tales como trama, desarrollo y desenlace pasan a ser condiciones en cierto modo secundarias en el trenzado de la novela, pero nunca superfluas, puesto que te guían y llevan con férrea y literaria certeza; más bien hitos indispensables en los que el lector va apoyándose mientras la autora no cesa de ir derramando inteligentemente sus verdaderas intenciones, su objetivo principal, un objetivo que va más allá de la propia novela, el retrato de una sociedad maniatada, cruel e irracional, en muchos momentos ridícula, y unos tipos humanos que parecen deambular sin sentido más que vivir e, independientemente del lugar y la época en la que se sitúa la acción, alcanzan al lector salpicándole con un denso entre líneas que ejerce de vaso comunicante entre los presentes de él leyente y la autora.
En fin, un auténtico placer, literatura que va mucho más allá del mero hecho de sujetar un libro entre las manos con tal de dejar pasar el tiempo.