Sobre el cine

Después de leer a otro señor mayor disertar de forma negativa sobre el cine actual, comparado con el de “su tiempo” -aunque si sigue vivo ignoró su incomodidad y a qué tiempo cree corresponder-, previa justificación de su edad y con ello tal vez introduciendo subrepticiamente la existencia de ciertas limitaciones propias o alguna inadaptación específica a los tiempos que corren, sigo sin entender el objeto de tales críticas. Es como si con ello se intentara dejar claro que como el cine de antes ni hablar; probablemente pensarían algo parecido quienes vieron cómo se acababa el cine mudo, rápidamente engullido por la novedad del sonoro.

Tales críticas adolecen de un punto que debería ser fundamental a la hora de hacerlas, el reconocimiento y la asunción de que el cine se corresponde con el tiempo y el público del momento, con la mentalidad, las formas, las cualidades y las carencias de los espectadores que acuden a las salas. Solo hay que echar un vistazo por la ventana e intuir por dónde van los tiros, como tampoco puede pretenderse que el cine de hace años, muchos, o más, pueda ser visto hoy como si no hubiera transcurrido el tiempo. El cine como espectáculo no deja de ser un medio de entretenimiento que inventaron los norteamericanos para distraer a una población cada vez más numerosa y de muy diversas procedencias. Su éxito lo dice todo, el público acudía a las salas independientemente de su cultura de origen, sus pensamientos más íntimos y su más o menos acomodado nivel de vida. Hubo entonces un cine que felizmente todavía puede verse, aguantando bastante bien el paso del tiempo, como otro que hoy consideraríamos infumable, entre este último también muchas películas que entonces fueron consideradas y nos han llegado como excelentes, dignas de cine club y largamente loadas por los críticos de cualquier momento. Si usted le quita a Casablanca -por ejemplo- todas las alabanzas, referencias y/o valores que ha escuchado durante su vida, además del valor sentimental que la cinta -dicen- atesora, es decir, se sienta en frío a verla por primera vez, seguramente no la aguantaría. Ni el protagonista tiene pinta de haber luchado en ninguna guerra, ni el malo -pobre bendito- tiene pinta de malo, ni el gendarme parece muy ducho en su trabajo, aparte de sermonear permanente vestido con traje de gala y esa media sonrisa de colega, ni el amor entre los protagonistas se ve tan desgarrador; todo ello situado en escenarios de cartón-piedra que en ocasiones chirrían más de lo deseado. Pero es Casablanca, ¿y?

Tragarse el cine más flojo actual y ponerlo por los suelos comparándolo con lo que la crítica experta considera el mejor cine de otras épocas -y en la mayoría de las ocasiones lo es- es jugar con ventaja, y cualquier valoración obtenida con ello no deja de ser más de lo mismo, ganas de entretener el tiempo. No hay como mirar por la ventana y ver qué tipo de espectador acude hoy a una sala oscura a permanecer un par de horas delante de unas imágenes que, por ejemplo, puede ver en su casa sin moverse del sofá, además de interrumpir cuantas veces crea necesario por cuestiones fisiológicas, por cansancio o porque otras ocupaciones en ese momento más importantes impiden su visionado completo. Alguien dirá, pero eso no es ver cine -¡ya estamos! El cine es un medio de expresión, también de comunicación, en permanente adaptación a los tiempos que corren, unos tiempos, los actuales, en los que la población parece tener cada vez menos paciencia, necesita recompensas inmediatas y es muy difícil que aguante un tiempo sin, por ejemplo, mirar un teléfono para saber cómo va el mundo, el que considera su mundo, que en el fondo no es nada, sino otra adicción que le está impidiendo vivir en directo la película de su propia vida. Es lo que hay, pero hoy también hay buen cine, porque hay mucho más cine que antes, la cuestión es dónde, en qué formato, quién lo ve o cómo se difunde. Siempre es mejor pensar en presente.

Esta entrada fue publicada en Cine. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario