De no haber sido por la prensa probablemente no me habría enterado del suceso, accidente, curiosidad, noticia o muestra viral de las redes sociales que pretendo comentar, me refiero al cletus de extrarradio, con dentadura postiza y peluco chapado en oro -que probablemente babeara cada mañana cuando vea sus prietas carnes ante el espejo, además de otras cosas algo groseras que no merece la pena comentar-, y su vergonzosa aparición en el programa de televisión First Dates. Entiendo y comparto el desagradable embarazo y confusión de la mujer a la que asignaron tamaño semental, a mí tampoco me saldrían las palabras ante tal despliegue de rancio y terronero machismo, del misógino derroche de testosterona por todos los costados imaginables; yo también me habría quedado mudo porque no habría sabido cómo meterle mano a semejante energúmeno -es una forma de hablar. Es decir, hubiera quedado tremendamente impactado al comprobar en mis propias carnes que todavía respiran por este mundo sujetos de tal cariz -por denominarlos de algún modo-, especímenes con tales limitaciones intelectuales que ni siquiera llegan a analfabetos funcionales. En algún momento el tipo me recordó a los tremendos cletus de Deliverance, la película de John Boorman que recientemente había visto por televisión; es cierto que pasados por algún lavadero industrial de ganado, cepillados y pulidos a conciencia y brillantemente charolados, además de recubierto con una gruesa pátina de lustre reflectante que lo haría brillar bajo la luz de los focos televisivos. Sin olvidar el babeo hueco y pretencioso del que hacía gala a la hora de emitir sonidos, tal que hablar, manifestaciones sonoras que probablemente ningún algoritmo procesador de textos sabría como catalogar.
Es cierto que jamás me sentaría a ver o disfrutar de programas de ese tipo por la sencilla razón de que quedan bastante lejos de mi día a día, sin embargo, lo poco que vi y que ha dado motivo a estas letras desgraciadamente hizo que me sintiera mayor, sin quererlo o sin darme cuenta, alarmado y de algún modo fracasado porque ni la democracia ni el mismo paso del tiempo ha conseguido extirpar la existencia de tales ejemplares, dignos de un museo antropológico. Y lo que es peor, cuando lo comenté en público obtuve como respuesta que el engendro que disfruté y admiré no era único, sino que se reproducen y proliferan como la peste. Entonces me pregunté, ¿qué hemos hecho mal para que todavía se den tales anormalidades de la especie? ¿en qué hemos invertido el tiempo y qué futuro dejamos a la humanidad con la proliferación de tales desviaciones genéticas? Y lo que verdaderamente siento es que no tengo respuestas para ello, e ignoro si las hay. Es para echarse a llorar.