En el trajín del local a medio llenar, cada cual a lo suyo, en solitario o departiendo en grupo mientras se dan cuenta de cervezas, refrescos o combinados de todo tipo nadie se apercibió de su llegada, el móvil pegado a la oreja y cara de escucha entre atenta y preocupada. Se escurrió entre un tipo y una mujer dedicados a sus respectivos acompañantes y pidió una cerveza grande sin descuidar el teléfono, una conversación al parecer importante. El camarero se la sirvió sin demora y antes de que le diera tiempo a preguntar tapa y cuál ya había desaparecido en dirección a la única mesa que quedaba libre junto al ventanal frente al parque, a esas horas ya poco concurrido. No le apetecería, pensó el otro tras la barra.
Si, vale, pero… ¿cuántos seremos? No me apetece mucha gente porque luego se forman grupos y aquello se convierte en un guirigay sin nada en común. Prefiero menos gente para que sea más fácil intervenir y nadie se quede colgado, cada cual como lo considere oportuno, como siempre…
Quien quiera que hablara o escuchara al otro lado de la línea debía de hacerlo con atención porque por el gesto y tono de sus palabras el tipo no parecía muy dispuesto a dar su brazo a torcer. Lo estaría pensando… o no. Dejó de hablar -ahora prestaba atención con gesto circunspecto. No, no me parece bien. Sigue siendo demasiada gente… además, como decía no nos conocemos todos y será más fácil que se formen grupos. Si alguno de los presentes, sin nada mejor que hacer aparte de beber, se hubiera interesado en hacerle un hueco a la conversación no habría tenido problema para seguirla y curiosear donde no se debe.
Un breve intervalo sin palabras le proporcionó la ocasión para un trago largo que medió el vaso, refrescante y reparador, listo para interrumpir a la otra parte y zanjar sus posibles dudas o inconvenientes. ¿Lo entendéis? -luego al otro lado debía de haber un altavoz o manos libres que justificaba el plural de la conversación. ¿Qué pensáis? ¿Por qué os cuesta entender que menos gente es mejor, como lo hemos venido haciendo hasta ahora? Si hay nuevos… amantes, amistades o conocidos que susciten dudas respecto a la comida es buen momento para salir, buscar o formar otro grupo más afín o acogedor… Además, cómo sabemos sus gustos y si coinciden con los nuestros, que tampoco son muy comunes, que digamos…
Otro silencio, probablemente completado al otro lado de la línea, daba pie a un nuevo trago, esta vez más moderado; la posible sed inicial ya estaría más que calmada. ¡No jodáis! ¿Y eso? ¿Qué mosca os ha picado? Más atención sin palabras, esta vez sin cerveza. En ese momento el camarero dejaba sobre la mesa una plato con patatas y aceitunas sin que el cliente pareciera hacerse cargo, agradecerlo y mostrar algún signo de estar precisamente allí. ¡Eh! ¡eh! ¡vale! No es para tanto, si es tan importante para vosotros se hace así, pero entonces el que se lo piensa soy yo, no estoy para novedades ni me apetece aguantar las ocurrencias o sermones de iluminados, tampoco las frustraciones, fracasos y moñas de advenedizos necesitados desesperadamente de compresión, ya tengo suficiente con lo que hay, se trata de cenar no de firmar una fecha inolvidable… Bueno, en ese caso queda pendiente… ya os digo algo. Adiós.
Vació el vaso al mismo tiempo que cortaba la conversación, abandonaba el taburete y serpenteaba entre la clientela hacia la barra sin perder detalle del ambiente, dejando a continuación un billete de cinco euros entre dos espaldas y despidiéndose al tendido. Ya en la calle sonreía pensando que no había estado mal, convincente, pero tenía que remolonear algo más y prolongar la conversación, al menos para que el tiempo corriera a su favor y no tuviera que andar buscando otro bar en el que invertir la tarde fingiendo conversaciones en las que se prometía unas fiestas al menos iguales a las del resto del personal. Que llegado el momento volviera a estar solo era algo que a nadie le importaba.