Fútbol

No llevo la cuenta de los actos previos de disculpa oídos y leídos en los medios de comunicación con motivo del monstruoso, corrupto y podrido engendro económico en el que se ha convertido el actual campeonato mundial de fútbol, sospechosas y en el fondo inútiles confesiones de sincero pesar rápidamente arrojadas al cubo de la basura por consciente y deliberado incumplimiento; imagino que de ese modo más de uno habrá creído respirar aliviado, además de edulcorar y/o tranquilizar su conciencia por su coparticipación -como espectador, aficionado, seguidor o directamente hincha- anterior, presente y posterior en el evento. Políticos, periodistas, articulistas, famosos y otros ejemplares masculinos de toda ralea y condición han intentado sincerarse dándose golpes de pecho por al parecer tan conflictiva y perversa decisión, curiosa actitud que nadie les había pedido porque en el fondo a nadie le interesan esos conflictos morales de pacotilla.

Puede que a algunos -o muchos- todavía atentos, interesados e incluso preocupados por la política mundial, les resultara difícil asistir al espectáculo, comer de él e incluso disfrutarlo sin antes sincerarse con un público que para otras cuestiones, igual o más personales, simplemente no existe. Como típicos y responsables ejemplares de esta sociedad tan, de cara a la galería, preocupada por las consecuencias de los propios actos y su contribución directa o indirecta a una galopante corrupción mundial a la que nadie es capaz de ponerle el cascabel -y en el fondo nadie quiere porque siempre hay alguna migaja que puede caer de nuestro lado- gustan de esa laxa y doble moral tan cristiana del no debería pero… -introduzca lo que desee: soy insignificante y mi influencia es mínima… mi comportamiento no va a modificar un ápice el desarrollo de un acontecimiento que me supera… no hago mal a nadie… que cada cual haga lo que crea conveniente, etc. ¿Entonces? ¿Dónde quedan esas palabras? ¿A quién van dirigidas sino a sí mismos? ¿Eran necesarias?

Y no vale aquello de que se trata del fútbol, ese arcaico juego que todavía hoy domina el subconsciente de una gran mayoría de hombres que lo sufren y sienten corriendo por sus venas desde que eran unos mocosos, además de seguir siendo causa de una violencia primaria, justificante de unos gregarismos cuasi ancestrales y detonante de los desvaríos más insospechados sin necesidad de otra justificación que la propia sangre, o la misma vida.

No es conveniente jugar a la ligera con el imperativo kantiano del debo, porque nadie nos lo exige y porque en esta sociedad ya hay un exceso de gestos, completamente vacíos, que no llevan a ningún sitio y tienen más que ver con un simple y capcioso postureo o, más benévolamente, con actos de falsa modestia. Hay infinidad de cosas mucho más importantes que el fútbol en las que podemos comprometer tanto nuestra imagen como nuestra voluntad, nuestro dinero y hasta nuestra vida, cada día y sin necesidad de publicidades más que sospechosas; tiene que ver con la discreción y la honestidad y directamente con la impagable y personal satisfacción de lo bien hecho. Así que vamos a dejarnos de galerías de personajes y golpes de pecho y a mirar a nuestro lado, probablemente habrá un montón de cosas en las que somos necesarios y podemos hacer lo correcto sin tontas dudas que nos asalten.

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