Ballenas

En el pequeño puerto, a escasos kilómetros del Círculo Polar Ártico, un grupo de personas entretienen expectantes la espera bien provistos y abrigados -por si las moscas-; la tarde anterior, de un día gris, ventoso y lluvioso que desanimaba al más pintado, la salida hubo de ser interrumpida por el mal estado del mar. Pero hoy ha amanecido un sol radiante en un cielo hasta ese momento completamente azul, algo, según los locales, muy raro por estos lares. Aguardan al barco, todavía por llegar de vuelta de la primera salida matutina. El grupo aumenta poco a poco, sin palabras, algunos saludos de cortesía entre conversaciones privadas con las que hacer más fácil la espera; desconocidos reunidos con un objetivo común y una incertidumbre incómoda que ninguno sabe resolver, ¿verán hoy ballenas? ¿cuántas? ¿grandes? ¿pequeñas? ¿y también delfines? ¿nos salpicarán? ¿podré hacer buenas fotografías?…

No se trata de dudas o divagaciones, sino lo que suelen pensar quienes se hallan en circunstancias similares, antes de que comience el pequeño viaje mar adentro.

Por fin aparece el barco, las partes altas visibles por encima del malecón que cierra el puerto, pequeño y bamboleante; y a medida que se acerca al muelle donde espera el grupo este se inquieta y arremolina reagrupándose junto a la pasarela de acceso. Hay algunas prisas por colocarse en primera fila, eso sí, con cierto tacto, el respeto o la educación hace que nadie se imponga por las malas; se trata en definitiva de alcanzar los mejores lugares con tal de estar lo más próximos posible a los protagonistas del viaje, aunque en el fondo ninguno de ellos sepa por dónde van a aparecer, solo que el barco, una vez vistos, enfilará la proa hacia ellos, luego, hay que estar delante.

Tras desprenderse de sus correspondientes fundas de neopreno, los que no lo han hecho durante la travesía de regreso, los recién llegados ascienden por la pasarela sin mostrar signos de aprobación o rechazo, ni entusiasmados ni enfadados, algo muy difícil de interpretar para los que aguardan porque de ello no puede obtenerse ninguna pista respecto a lo que les espera allá adentro, si bueno o malo, si felices o defraudados. En cuanto queda libre la pasarela el grupo sigue en su sitio sin atreverse a lanzarse al abordaje, una expectación entre respetuosa e ignorante que lo mantiene nerviosamente quieto, a la espera, hasta que un gesto desde la embarcación les indica la señal de salida. Pasos rápidos y pequeños empujones apenas cambian la organización del grupo que se planta junto a la nave casi en el mismo orden que estaban durante la espera. Los encargados o responsables del viaje, tras rápidas ojeadas a la altura y anchura de cada individuo, reparten aleatoriamente las correspondientes fundas de neopreno con la perentoria esperanza de que a cada cual se le adapte de forma más o menos correcta. Y si no es así no merece la pena reclamar, cada cual se la enfunda como puede porque lo que viene después es más importante que te tire una sisa o una pernera; y no vamos a demorar las salida por un quítame esta funda.

Situado cada cual en su sitio, es decir, donde ha podido o le han dejado, uno de los responsables se dirige al personal micrófono en mano haciendo una especie de recapitulación de lo que les espera, rogando encarecidamente al personal que evite los movimientos inesperados o sin sujeción, ya que cualquier imprevisto puede dar con el imprudente en el agua, y entonces sería peor el remedio que la enfermedad. Intentan explicar hacia dónde se dirigen y qué verán, con la consiguiente advertencia de que no se puede esperar nada por decreto porque dependen de unos animales que van a lo suyo -como todos-, y no les preocupa ni ser vistos ni fotografiados, todo lo contrario, ellos lo que desean es dormitar, descansar y comer en paz, a su aire, y hacerlo con más o menos público les es indiferente, o peor, porque ello significa molestias indeseadas que pueden espantar la pesca o interrumpir el merecido descanso.

El barco sale airoso del puerto con un vaivén tan alegre como notable que al parecer a nadie incomoda ni procura malas sensaciones, al menos de momento. Enfila hacia mar abierto, nadie sabe dónde excepto los tipos que comandan la nave, lo que no ha evitado que los más arriesgados, listos o preparados hallan copado la proa y las amuras de babor y estribor cámara en mano. El balanceo de la nave en algunos momentos es importante, rozando la bordas los niveles del agua.

Por allí asoma la primera ballena…

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