Aquella parecía una cara conocida, se trataba de un concurso y el concursante era el mismo de otros concursos; ¿sorprendente? quizás no, probablemente debe existir una actividad de la que decirse, por ejemplo, de profesión: concursante.
Acto seguido me vino a la cabeza una antigua película de Nicolas Cage en la que su mujer se dedicaba, como actividad diaria o especie de “trabajo”, a memorizar datos de todo tipo con los que acudir a concursos televisivos y ganar un gran premio del que vivir, quiero imaginar, opíparamente. Luego, y asumo mi ignorancia sobre el tema, ahora mismo debe de haber cantidad de personas memorizando contra reloj nombres, datos, fechas, lugares raros y cualquier otra pregunta cojonera con el objetivo de saltar la banca de algún concurso televisivo; y después de ese otro, y no sé si así sucesivamente.
Recuerdo cuando los concursos me parecían, además de curiosos e interesantes, una invitación a sentarte ante el televisor e intentar contestar alguna de las preguntas que iban desgranando los presentadores, incluida la orgullosa y pequeña vanidad de saberla e incluso responder desde casa antes que el propio concursante. Entonces tampoco faltaba alguien a tu lado que decía, preséntate… si no te atreves yo escribo al programa por ti; a lo que me encogía de hombros un poco avergonzado porque me veía, en caso de darse la situación, incapaz de salir airoso de aquel fregado.
Luego fui sabiendo, por diferentes fuentes o información directa de conocidos que llegaron a participar en ellos, que la mayoría de los concursos, si no todos, están amañados; para ello deben existir y funcionar un sinnúmero de recursos de realización -insospechados para la gente corriente- basados en una simple mecánica trucada, así como la excusa de tomas y grabaciones supuestamente erróneas o malas que han de volverse a hacer y, ahora sí, inclinar la balanza hacia el concursante previamente elegido por los productores, el más simpático o el que cae mejor; de ningún modo ese otro que jamás puede salir como vencedor de allí.
Hoy los concursos se han multiplicado porque quiero imaginar que para los espectadores todavía conservan, además de un punto de curiosidad, una especie de aura en la que supuestamente se mezclan ese punto de aleatoriedad -o simple suerte- y sabiduría básica popular que cualquier persona acumula conscientemente o sin apenas darse cuenta. A pesar de las trampas implícitas y/o camufladas u ocultas que los caracterizan. Sin embargo, sigo pensando que en los concursos siempre gana quien previamente eligen los productores, y el azar, como cualquier otra parte del guion, existe como necesaria y controlada dosis de emoción y supuesta veracidad suficiente para sujetar en el sillón a los espectadores en sus respectivos domicilios.
Lo que sobre todo me resulta curioso es que haya gente empollando a destajo miles de datos de todo tipo con el objetivo de ganar un concurso televisivo; sin un criterio de mejora personal o afán de conocimiento mínimamente articulado, todo lo contrario, acumulando un batiburrillo, o caudal amazónico de datos, tan abigarrado como aleatorio; una especie de precario, disfuncional y absurdo caos fácilmente olvidable y que, me temo, no conduce a ningún sitio.
¡Cómo no! -dirán algunos- ¡qué tonterías estoy diciendo! Qué mejor fin en esta vida que ganar todo el dinero posible, qué mejor objetivo que hacerse millonario participando en concursos televisivos. Además de salir en la televisión y hacerte famoso es casi como tocar el cielo, la máxima felicidad. ¿Seguro? Entonces, sin ningún género de duda el equivocado soy yo, tengo otra idea de lo que significa aprender, proveerte de unos conocimientos que te permitan saber y conocer cómo somos, además de cómo funciona el mundo y por qué; se trata en última instancia ser mejor persona y mediante ese conocimiento adquirido colaborar o ayudar a los demás.