Verano

Caminaba despacio, y no por costumbre, era tarde, el día hacía mucho que había finalizado y aquella vuelta a la calle -un compromiso inevitable- se le antojaba un extra con el que habitualmente no contaba. Tenía tiempo y ninguna prisa, mañana había decidido no madrugar -porque podía hacerlo- y le apetecía echar un vistazo a la fauna nocturna, inesperadamente picado por una repentina curiosidad veraniega que en alguna esquina de aquella relajada vuelta a casa le había hecho retroceder a otros veranos de algún modo similares a este. Como si el paso de los años no hubiera afectado a los hábitos de la población.

Y como antaño apenas encontraba calles vacías, más allá de la hora o por ser precisamente verano, y porque no todo el mundo necesita impepinablemente huir para desconectar durante unos días del lugar de residencia, cuando puedes desconectar precisamente en el lugar donde habitualmente vives conectado, experimentando la desconexión con el mismo paisaje como fondo que el resto del año, pero sin que te agobie el despertador cuando el sol aún no ha asomado por el horizonte. Se cruzaba con jóvenes, en pequeños grupos o en solitario, impacientes y dicharacheros, cada cual con su correspondiente teléfono móvil asido con una mano precediéndole mientras camina, dispositivo que actúa como una especie de corazón cuyo latido social, permanentemente alimentado por otros y desde otros lugares, les ayuda a sentirse vivos en este por donde se mueven. Apenas ha cambiado la forma de vestir, el mismo par de prendas, falda o pantalón corto, o muy cortos, camisetas y zapas deportivas o sandalias -tal y como vestía él, pero sin teléfono-; las mismas y animadas charlas pero sin perder de vista las pantallas, su horizonte de referencia, hilo conductor en permanente suministro de infinitas excusas o temas de conversación -también los mismos de siempre, es nuestro sino- condimentados con comentarios en presente.

En algunas calles vegetan grupos de vecinos enfrascados en una charla distendida al amparo de la semioscuridad que propicia una iluminación tan aleatoria como caprichosa, solo interrumpida por algún vehículo o chavales de paso. Abuelos y gente mayor -y viceversa-, y todavía algún aparato de radio chillón junto a su solitario propietario; aunque lo que más se repiten son parejas o pequeños grupos repasando el día o lo que precisamente acaba de pasar o suceder delante de sus propias narices. Las noches de verano son de los más jóvenes y los mayores, las edades intermedias no son necesarias ni se las espera a estas horas; rumian refugiadas en el nido entre aburridas y cansadas, con prisa para mañana -cuando todavía es hoy. Aguantan escondidos, permanentemente preocupados o despatarrados en el sofá, o ya encamados porque mañana hay que madrugar; abducidos por las manecillas de un reloj mental que poco o nada tiene que ver con su propio reloj de carne y hueso.

A estas horas, ausente la estresante normalidad de trabajadores, vigilantes, responsables, censores y aguafiestas, la secreta calma de la noche se despliega en todo su atractivo propiciando un territorio de libertad para los más jóvenes, sin tiempo ni nadie que les diga qué hacer -o qué no- o hasta cuándo, casi lo que quieran, hasta que se aburran de hablar y mirar los teléfonos y caigan en la cuenta de que es tarde y de momento no tienen nada más que decirse; además, también les puede caer una bronca.

Los mayores disfrutan más ligeros si cabe, de vuelta de las responsabilidades que agrían el vivir, para quienes el trabajo, si todavía trabajan, solo es un viejo conocido con el que no conviene excederse porque después nadie te lo va a agradecer; alguien pasará tu página sin preguntarte, y cuando quieras advertirlo tampoco podrás reclamar porque en realidad hace tiempo que dejaste de existir. Sin el agobio de lo definitivo porque aún queda tiempo para, junto a los más jóvenes y su vitalidad infinita en la que el tiempo ni cuenta ni existe, reírse y reírte de ese mismo tiempo y tanto esfuerzo invertido con tal de rentabilizarlo.

Es noche de verano y el camino no tiene fin, como todos los veranos, mecido por un tiempo que en realidad no es más que una ficción de la que disfrutar y aprovecharse, mejor sin demasiada rigidez, probablemente porque puedes quedarte agarrotado y perder tanto agilidad como sensibilidad. Verano, mucho más que olas de calor y noticias alarmantes.

Esta entrada fue publicada en Uncategorized. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario