Anda todo tan revuelto con la inflación, la guerra, el gobierno, los incendios, las hipotéticas subidas de impuestos a los bancos y las eléctricas, las olas de calor, el verano -¡qué casualidad!-, la COVID -¡todavía!-, el cabreo de la derecha nacional porque sigue “sin pillar cacho” o el deplorable estado de la enseñanza pública madrileña que cualquier noticia deja tantos hilos sueltos que, puestos a tirar, acabas metido en otro berenjenal del que no tenías ni idea. Algo de eso debió pasarles hace unas fechas a unos periodistas que, pretendiendo hablar de corrupción internacional, acabaron enfangados en un edificio de superlujo en el centro de Madrid, como el que no quiere la cosa. Porque leyendo su artículo llegaba un momento en el que no sabías si se trataba de una enfervorecida loa a unos políticos corruptos mexicanos o al lujoso y super guay edificio madrileño; o al revés, andabas empantanado en los lodos de una acusación de corrupción internacional perseguida por el actual gobierno mexicano o leyendo sobre la corrupción inherente a vaciar un antiguo edificio, de los que dicen emblemáticos, demoliendo completamente su interior sin preocuparse si con ello desaparecen construcciones y espacios únicos, para parcelarlo con habitáculos de mucho más que lujo, megalujo, como orgullosamente escribían los autores.
Por allí aparecía un abogado acusado y perseguido por delincuencia organizada del que resulta era cliente un expresidente mexicano, también sospechosamente corrupto. Y aquel había tenido la feliz idea de “invertir” parte de lo sisado en comandita en su país en un piso de lujo -¡qué casualidad!- en Madrid, precisamente en ese edificio, también de lujo -ya lo he dicho antes-, recién construido en el centro de la capital. El resultado final era, más o menos, un batiburrillo de alabanzas y denuncias en el que había desapariciones, persecuciones, boutiques caras, y muy caras, piscinas, yoga, spa, mayordomos, pisos de entre 150 y 700 metros cuadrados -entre cinco y diez millones-, cuentas en Andorra, millones de dólares, restaurantes, chef exclusivo, un hotel con habitaciones entre 40 y 400 metros cuadrados, grupos criminales internacionales, otros expresidentes, también mexicanos y, además, conserje uniformado -así, textual-. También advertían a los más avispados que ya era imposible adquirir segmentos inmobiliarios en dicho edificio, estaban todos vendidos, quizás alguno en alquiler por 17.000 púas el mes, o alguna habitación por 18.000 al día, nada más. Como bien decían los plumíferos, se trata de otro nivel.
Al final siempre es dinero, pero no con el que yo particularmente estoy habituado a relacionarme, sino muchísimo más, esas cantidades que solo aparecen en presupuestos estatales -jamás apiladas billete sobre billete porque materialmente no existen- o relacionadas con el fraude, la delincuencia y la corrupción -materializables con más facilidad, sobre todo en pisos de superlujo en el centro de Madrid-; me pregunto por qué estará Madrid tan económicamente de moda. Y si preguntáramos cuantos de esos pisos de superlujo del edificio madrileño están relacionados con dinero sospechosamente limpio y reluciente, o pertenecen a probos delincuentes nacionales e internacionales -mejor, sociedades fantasmas sin cabeza visible conocida- nadie nos lo diría, son cuestiones privadas que no nos interesan.
Después seguí tirando del hilo y pensé que, además de conserje uniformado, tal “supermegalujosedificio” necesitaría de personas que justificaran tanta opulencia y la hicieran ostensiblemente útil, es decir, que sirvieran a tan digno establecimiento como a sus dignos -o no tanto- propietarios, y entonces me acordé de los jóvenes y chavales que pueblan los centros de enseñanza públicos de Madrid y del extraordinario futuro que les espera en el centro mismo de la capital; qué de lujosos restaurantes en los que servir, inodoros que limpiar, cajas fuertes y tiendas de lujo que guardar, piscinas cubiertas o amplísimas y luminosas habitaciones de hotel en las que agitar diligentemente el polvo. Pero no solo gente de la capital, sino también de las zonas de alrededor, y de ese modo estar en contacto al menos una vez en la vida con lo único que merece la pena en esta, los exclusivos dueños del dinero. Y también me dije que, después de todo, el que esta pobre gente no tenga acceso a becas para estudiar tampoco es tan importante, al menos aspiran a un trabajo y la posibilidad de conocer a chorizos y mafiosos internacionales de prestigio, por lo que, como en cualquier película de sueños no cumplidos, tienen la remota posibilidad de, además de obtener suculentas propinas, caerle bien a alguno de estos mendas y asociarse con él como sirviente. No hay nada como conocer gente de otros lugares para saber del mundo y poder levantar el vuelo. Tu a Madrid y yo a México.