Las dos palabras del título correspondientes a esta entrada podrían estar directamente relacionadas por cuanto la concesión de becas para estudiantes, puestos a suponer, bien podría tratarse de una lotería en la que influiría algo más que los ingresos anuales de las familias en liza. Por ejemplo, a ver si tenemos suerte y le conceden a mi hijo una beca para que pueda estudiar en un colegio decente con medios suficientes para ofrecer una enseñanza de calidad, y además pública. Pero no, la elección de esas dos palabras obedecen a cuestiones distintas y sin relación directa, en principio.
Si no entiendo mal el fin de las becas consiste en ayudar desde los organismos públicos a buenos estudiantes provenientes de familias con pocos recursos económicos, una especie de justicia redistributiva que facilita el acceso a la enseñanza a chavales intelectualmente capaces o brillantes, dándoles con ello la posibilidad de labrarse un futuro en condiciones de igualdad con el resto de sus contemporáneos, independientemente de las posibilidades económicas de sus respectivas familias. Una democrática forma de igualar a futuros ciudadanos al margen de cuestiones de clase o poder. Imagino que por aquello de que el conocimiento nos hace libres.
Sin embargo, la política que predican los tipos que dirigen la Comunidad de Madrid nada tiene que ver con la justicia, ni siquiera redistributiva; tampoco con la libertad, dada su concepción, bastante sui géneris, de dicho concepto. El que un organismo público conceda becas para la enseñanza a salarios anuales que alcanzan y superan los cien mil euros no deja de ser algo más que sospechoso -por no utilizar otros adjetivos algo malsonantes-; que los habitantes de esa comunidad no protesten ni digan ni pio ante ello da idea del tipo de libertad a la que aspiran y la justicia que esperan de sus gobernantes. Que un organismo público conceda becas para que familias más que pudientes puedan inscribir a sus vástagos en colegios privados en detrimento de una enseñanza pública que de ese modo dispondrá de menos recursos, ni es justo ni por supuesto nada tiene que ver con libertad. Que el dinero público vaya a engordar empresas privadas de enseñanza que previamente ya cobran a sus clientes -léase alumnos- no es libertad ni derechos, se trata de una simple y pura tomadura de pelo; o reírse de tu pobreza en tus propias narices, ya que tus hijos seguirán siendo pobres que jamás tendrán acceso a una enseñanza mínimamente digna.
Se trata tanto de una demostración de poder como de una humillación en toda regla, es decir, un dinero público que debería servir para igualar las aspiraciones de sus ciudadanos se queda en las mismas clases más cercanas al poder; para los económicamente menos pudientes -decir pobres no queda bien porque puede resultar ofensivo- ya existen módulos de hostelería, limpieza o servicios de mantenimiento, trabajos de escasa especialización que no necesitan de mucho estudio, o ninguno -ahora viene aquello del menosprecio y la dignidad del trabajo, toda esa jerigonza reaccionaria que pretende igualarnos moralmente, pero cada cual en su sitio, unos arriba y otros abajo. El zafio misterio de todo este asunto consiste en dejar los trabajos menos cualificados para los pobres que nunca pudieron estudiar por falta de medios económicos; se trata de agachar la cabeza y asumir las propias miserias, tan inevitables como “naturales”.
Lo de la lotería viene a cuento porque cuando tropiezas con la “exquisita” publicidad que nos regala el organismo de loterías -o lo que quiera que sea- a la hora de atraer a aquellos que gustan de pagar impuestos de los que se dicen indirectos, cualquier persona normal pensaría que los personajes que se muestran en ella parecen y se comportan como auténticos imbéciles funcionales, unos personajes tan simples y toscos que incluso en sus sueños premiados solo alcanzan a decir y hacer memeces y a playas de pedruscos. Claro, sueños de pobres, dirán; nada de eso, porque la publicidad jamás es accidental o aproximativa, sino muy estudiada, planificada y certera. Y como siempre hay una explicación no es difícil suponer que los hipotéticos sujetos a los que se dirige tal publicidad no han cobrado cien mil euros en su vida, ni por supuesto nunca recibirán becas para que al menos sus hijos aspiren a playas de fina arena.
En general todo este feo y desagradable asunto tiene más que ver con burros y flautas, el dinero de la lotería es más fácil y cómodo que el logrado mediante el esfuerzo que requiere el estudio; a cada cual lo suyo. Lotería y publicidad dirigida a pobres de solemnidad, padres e hijos, por los siglos de los siglos; y además sin becas.