Políticos y política

El partido socialista alemán ha tenido que tirarle de las orejas el antiguo canciller, Gerhard Schroeder, por su insistencia en defender y justificar al presidente Putin, algo que no dejaría de ser anecdótico si el antiguo político no fuera el presidente de la compañía gasística rusa que suministra el combustible ruso a Alemania. Dice el dicho que no hay que morder la mano que te da de comer.

En este otro caso no existe la mano porque hace tiempo que desapareció, y tiene que ver con esa especie de izquierda local -de nombre- todavía perdida en unos sueños decimonónicos que la tienen abducida de su propia realidad. Una agrupación tan desorientada que al mismo tiempo que exige la apertura de las fosas que aún quedan por abrir en este país, como es justo, de derecho y razón, amén de resolver las muertes y devolverlas a sus actuales descendientes, por otro lado es incapaz de votar a favor de la urgente investigación de los numerosos asesinatos etarras aún por resolver -una gran mayoría ocurridos cuando ya no existía la dictadura-, tal y como ha propuesto el Parlamento Europeo. Mientras que en el primer caso acierta de lleno en el derecho histórico y moral de exigir y sacar a la luz los muertos asesinados por los fascistas durante la posguerra, en el otro caso permanece bloqueada en su propia inoperancia mental, anclada en unas fidelidades decimonónicas hoy claramente desfasadas, cuando no superadas -aunque esto último sea más complicado de aceptar-, que la obligan a unos débitos hacia unos tribalismos étnicos y xenófobos que hacen de la identidad causa de segregación social en los territorios que dominan.

La victoria de Macron en las pasadas elecciones francesas ha sido tomada por el establishment político como un voto de confianza en la política pro europea del actual presidente, cuando sencillamente se trata del voto de un mal menor, tragar con lo malo conocido antes que ponerse en manos de una extrema derecha nacionalista y xenófoba que haría retroceder al país al siglo XIX.

Lo siguiente más bien parece un suceso tragicómico, un caso digno de estudio u otra tomadura de pelo más por parte de unos tipos habituados a hacer su santa voluntad, tanto da si por lo civil o por lo criminal. Se trata del tan sospechoso como cómico caso del supuesto espionaje a los cabecillas independentistas catalanes. Suena a sarcasmo que quienes vienen intentando demoler la realidad política vigente, con todo tipo de falsedades y triquiñuelas, mala fe y desprecio por la legalidad, se escandalicen y pongan el grito en el cielo porque aquellos a quienes pretenden destruir, el gobierno de la nación, haya espiado sus movimientos. Una gente que, amparada en la libertad que ofrece esa misma democracia que pretenden fracturar mediante un doble juego tan cínico como desleal, aún tiene la caradura y desfachatez de alarmarse y rasgarse las vestiduras porque el gobierno del estado que intentan desbaratar actúe en su defensa. Independientemente de la legalidad o moralidad de tales actuaciones por parte del Estado -si es que finalmente se demuestra que existieron-, hay que ser muy estúpido, o sinvergüenza, amén de considerar a la otra parte como auténticos imbéciles, por pretender que los que ellos han tachado unilateralmente como sus enemigos vayan a quedarse de brazos cruzados permitiendo que los arruinen, sin hacer nada, legal o ilegal, por evitarlo.

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