Si hace diez años -cuando comenzó esta historia- me dicen que un día como hoy, cuando se cumplen exactamente esos diez años, va a seguir todavía coleando, probablemente hubiera puesto un gesto de incredulidad, casi de asombro; es mucho tiempo y por entonces no tenía mucha confianza en mi capacidad para perseverar en una tarea tan continua y prolongada. Pero ha transcurrido ese tiempo y aquí sigo, embarcado en esta especie de monólogo/diálogo alimentado por mi inquieta curiosidad y la persistente manía o costumbre de observar, criticar y enjuiciar la realidad que me rodea; una especie de no perder detalle, dentro de lo que cabe, de lo que sucede a mi alrededor. No sé si puede considerarse un éxito que el ánimo indispensable para dar mensualmente forma a estas letras aún permanezca en pie, con los consiguientes altibajos a la hora de encontrar qué y cómo, tan cambiado como el mundo lo ha hecho a mi alrededor.
En primer lugar debo, como grata obligación, agradecérselo a las mujeres que hicieron posible que esto diera comienzo, aún recuerdo el día y el lugar -y me atrevería a decir que hasta la hora-; cómo, ante mi permanente reticencia, incluso indolencia, insistieron para que, independientemente de los resultados, me pusiera de una puñetera vez manos a la obra, hasta hoy. En segundo lugar darle las gracias a la gente que me ha leído, aún me lee y puede que me lea, además de pedirles disculpas por mi tan arbitrario como azaroso interés, ese nunca saber qué puedes encontrarte la próxima vez, como tampoco yo mismo lo sé.
Hablar de todo puede ser más que sospechoso, pedante y hasta ridículo, fundamentalmente porque es imposible hablar -jamás diría saber- de todo, por simple humildad y prudencia, pero lo cierto es que disponemos de la capacidad para hacerlo, siempre en base a nuestras opiniones, más o menos afortunadas y mejor o peor formuladas -como, por otra parte, puede hacerlo cualquier otro u otra-; que además esas opiniones me parezcan con cierta consistencia e incluso puedan ser de interés para otras personas es un regalo que siempre me sorprenderá. El mundo que nos rodea está ahí, permanentemente y en constante movimiento -y nosotros con él-, hacer una pausa y detenernos para observarlo, además de vivirlo, y que nos apetezca y merezca la pena es otra cosa.
Intentar verbalizar los pensamientos es una forma de hacerlos si cabe más reales, materializar mediante la escritura lo que piensas te permite sacarlo fuera de ti, objetivarlo, verlo y leerlo, con lo que de inmediato sabes si es otra tontería más que acabar de ocurrírsete o hay algo en las palabras escritas que merece la pena e incluso puede ampliarse y mejorarse, y hasta compartirse. Ha habido numerosas ideas y pensamientos que quedaron en nada, puesto que una vez sobre el papel su inutilidad o escasa consistencia se mostraron más que evidentes.
Escribir es otra manera de aprender, también de conocerse a uno mismo, una forma de hablar de la que no tienes más remedio que responsabilizarte porque lo escrito permanece al margen, tiene identidad propia y quizás por eso es más interesante. Y estos post son otra forma de estar despierto que considero importante, un modo, u otro modo, de estar vivo, no permaneciendo indiferente a nada de lo que ocurre en mi tiempo; porque cada instante es distinto cada post pretende ser otro momento único que poco o nada tiene que ver con el anterior, una pulsación que intento detener, o fotografiar, mediante la escritura, lo que no impide que, como decía más arriba, ese mismo momento visto después -una vez escrito- en ocasiones ya no parezca el mismo, haya perdido importancia, reniegue de él o incluso me parezca una solemne tontería.
El hombre afortunadamente no es un estanque, unas aguas que permanecen siempre quietas, aunque algunos pretendan, en contra de su naturaleza, que así sea; vivir se parece más bien a un río que discurre ininterrumpidamente, siendo a la vez el mismo pero siempre distinto -por aquello de que nunca te bañas en las mismas aguas-; movimiento y cambio permanente.