Héroe suena en principio a personaje mitológico de la Antigüedad Clásica, o un personaje histórico famoso por sus hazañas o sus virtudes, ejemplo de comportamiento y nobleza a seguir o imitar. Alguien encumbrado como excepcional, como es más que evidente que la gente normal en sus vidas normales no da para tanto, sobre todo con lo que cuesta llevarlas con un poco de dignidad y honradez, no digamos convertirlas en ejemplo para sus semejantes. A decir verdad, creo que vivimos tan asediados social y mentalmente que prácticamente no hay tiempo para otra cosa que intentar salir adelante con el menor perjuicio posible; probablemente llevar la propia vida con relativo acierto ya sea una heroicidad, pero en este caso nada tiene que ver con la palabra con la que comenzaba estas letras. Opino que las particulares y complicadas circunstancias de nuestra propia época suponen un plus de dificultad, es posible que mayor que en otras, pero, en definitiva, es lo que hay, no existe posibilidad de escape, es el tiempo que nos ha tocado vivir.
Viene esta introducción a cuento porque, sentado ante otra película norteamericana que hasta ese momento se dejaba ver, que ya no es poco, la acción acababa desembocando, de manea rutinariamente inevitable y familiar para quien esté habituado a este tipo de cine, en cuestiones y situaciones prontamente catalogadas como heroicidades, con lo que el protagonista de turno pasaba impepinablemente a ser tildado de héroe.
Si ya el tema o argumento de los héroes, o superhéroes, hace tiempo que se quedó en fast food para jóvenes más bien apáticos o con bemoles cuestionados o perdidos, si es que en alguna ocasión tuvo otro sentido, siendo toda la cinematografía dedicada al tema puro e intrascendente entretenimiento tan consumista como colonialista, pretender inventar héroes entre la gente normal a partir de situaciones que solo en apariencia no son normales suena a tomadura de pelo, más bien a fraudulenta representación de una cultura necesitada de tan recurrentes como simplistas “salidas de tono” por flagrante incapacidad para enfrentarse con un mínimo de cordura a las evidentes miserias de su propia realidad. Es un héroe el fulano que hace algo que no sucede todos los días o ayuda y se preocupa por los demás a costa o en contra de sus propios intereses, quien evita que, por ejemplo, el amigo o hermano, tozudo, despistado o simplemente estúpido caiga en el pozo que es incapaz de ver; el novio que embelesa a la sufrida y guapa chica que nunca acaba de enterarse de qué va a aquello o el papá que de pronto se da cuenta de que tiene un hijo, o una hija, a los que jamás ha hecho ni puñetero caso porque hasta entonces, tan hombre, tan vaquero ante su destino, vivía enrocado en sus propios caprichos, lealtades, convicciones, enemigos, prejuicios, fantasmas o el mismo ombligo -da igual que el héroe se apellide Eastwood, Pitt, Cruise o cualquiera de inferior rango, eso no concede ningún valor.
En la película que he tomado como pretexto para estas letras el papá -pobre- sufre y se desespera porque, tras haber hecho lo que le ha dado la gana, en un momento determinado advierte que no es un héroe para una criatura de la que nunca se acordó -papel que según su caletre todo padre ha de significar para sus hijos. ¿Un héroe? ¿No le bastaba con ser padre, cosa ya realmente complicada? Por ello no deja de ser curioso, o claramente sospechoso, también irrisorio, que una cultura tan básica, individualista y egoísta como la norteamericana, en la que el otro si no es de los tuyos es tu enemigo declarado, pretenda llamar y vender como heroicidad el inesperado y generalmente violento enfrentamiento y resolución de situaciones corrientes tomadas como si se tratara del descubrimiento de la vacuna decisiva. Recurso manido para la -¡cómo no!- heroica, emotiva, incluso desgarradora, y definitiva rehabilitación del tipo en cuestión -cuando éste ya ha vivido la mayor parte de su vida sin que le importara otra cosa que sí mismo. La victoriosa y feliz reconciliación filial del profesional famoso y respetable, del deportista notable, del delincuente de postín, del vulgar trabajador de medio pelo y su anodina vida de zombi o del tarambana irredimible regresando meritoria y felizmente al reducto de la gente corriente -para lo cual, si es preciso, se pone patas arriba el universo entero- desprende un tufo a individualismo machista que echa para atrás. Por eso en ningún momento hay que olvidar que en el desenlace ha de primar -¡ojo!- la victoria y el orgullo individual por encima de los hipotéticos beneficios mundiales, sociales o familiares. El héroe es héroe en primera instancia para sí mismo -necesidad primigenia y vital-; derrota y derrotados han de quedar bien definidos porque en función de su calidad así se engolará la vanidad del vencedor, después viene el resto.
Hoy en día la gente que pretende representar esa propaganda cinematográfica habla, sufre, ama y se ayuda sin tan heroica, pastelera y huera grandilocuencia.